Yo no planeaba enamorarme...
Por MARIA MARTA COSTANZO
Enviado el 11/03/2014, clasificado en Amor / Románticos
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Dicen las estadísticas, que la tercer cita es la cita perfecta para tener un encuentro intimo.
No me dejo llevar por ese tipo de datos irrelevantes, pero suelo guardar en el archivo de mi cerebro esos datos, los guardo con precisión, a menudo pienso que ese tipo de datos algún día te pueden llegar a cambiar la vida.
Mi antigua mente, hubiera juzgado esta estadística, de promiscua, de apresurada. Sin embargo esta vez sólo guardó la información sin ningún tipo de cuestionario.
Sabía que había resguardado mi integridad, antes de asistir a la cita, hice preguntas de rigor, evaluando la psiquis del pretendido. Y obtuve su palabra, que estaría a salvo, y que nada sucedería, a no ser que yo quiera que suceda.
Fui a su casa, con la seguridad que él no iba a romper su palabra, me cuesta confiar en la gente, pero algo me hacía creerle. Así como también me cuesta tener citas, y no porque no tenga propuestas, me cuesta porque mi sexto sentido me advierte. Pero acepté su primera invitación y también la segunda, intrigada, vaya uno a saber. Tampoco juzgué el beso que me dio en la primera cita, aunque me hubiera gustado gritar fuerte en el cine y jugarle una broma haciéndolo pasar vergüenza, fue atrevido de su parte y arriesgado también. Me gusta que la gente se arriesgue.
Fui a su casa como dije antes, su tercera invitación, cenamos y reímos, desde la primera cita que reímos, eso me divierte y también el hecho de que no se intimide ante mí, por el contrario me redobla la apuesta, es interesante.
Después de cenar y comer helado de postre, otro detalle interesante, es muy atento y caballero. Como decía después del postre, intentamos mirar una película, digo intentamos porque un magnetismo se ve que nos envuelve desde que nos conocimos. El film seguía corriendo, mientras a metros de la pantalla del televisor, corría por nuestras venas una incontrolable pasión, ese deseo que te envuelve, esa complicidad que se da en parejas de años, que se conocen, no en desconocidos prácticamente, recordemos que era nuestra tercer cita. Era invierno, y nuestra ropa no ayudaba a calmar el calor que nuestros cuerpos sentían, se agitaba nuestra respiración, y nuestros latidos se hacían veloces, el roce de su piel recién afeitada, me irritaba los labios, y eso no me detenía en absoluto.
Fuimos a la habitación, ayudamos a nuestros cuerpos a estar más livianos y fuimos despojándolos de nuestras ropas, las caricias eran más intensas y menos pensadas, estábamos dejándonos ser, y seguía siendo una experiencia interesante, mi antigua mente hubiera juzgado este dato, y también mi proceder, pero hace unos largos años, trato de no juzgarme más e intento aceptarme.
Ya desnudos, amablemente me preguntó si quería hacerlo.
En ese momento un primer plano a mi cara, habría revelado mi gran confusión por su pregunta.
Como la luz era tenue, creo que no lo notó. Respondí que sí.
Lo noté desconcertado, y me dí cuenta que no sólo estaba cumpliendo con su palabra, sino que no era su principal objetivo el que yo estuviera en esa cama.
Entonces el deseo en mi aumentó, seguido de una ternura que hacía años no experimentaba. Al notar su corazón agitado, traté de que se entregara en cuerpo y alma, y para calmarlo, le ofrecí que me dejara hacerme cargo de la situación, no se negó.
Me subí encima de él, me moví despacio al principio, cuando la pasión me envolvió hice una llave para trabarle la pierna y me permití ser yo sin juzgarme, fuimos dulces, apasionados, placenteros.
Le pedí que me lleve a mi casa, no acepté quedarme a dormir, me parecía que era muy pronto
Medité toda la noche lo sucedido y no me sentí avergonzada en lo más mínimo. Vino a mi mente la estadística de la tercera cita y el encuentro íntimo. Añadiría a la estadística que en la tercer cita hice el amor, eso que yo no planeaba enamorarme
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