De camino a casa cap 7

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-¡Buenos días Paco! Cada día estás más atlético y mucho más guapo... Ya te quisiera yo para mi hija.

- ¡¡Pero que dice Señora Felisa!! Seguramente yo soy muy mayor para su hija, ¿Qué edad tiene?

- Hay hijo, mi guapísima María acaba de ser abandonada por su marido, con una niña de 5 años, Pilar, ella tiene 29 años. Él era un gañan, un vago y un mujeriego. Esta mejor lejos de lo segundo más bonito que hay en mi vida… Porque lo primero, es mi nieta. Yo hablo mucho de mí, pero y tú, ¿Qué edad tienes Paco? Y si mientras respondes me puedes poner 250g de filetes finitos de esa ternera que tiene tan buena pinta… me harías un favor.- La señora sonreía feliz de hablar con su tendero

-Claro que sí señora Felisa, aunque digan que no… los hombres si podemos hacer dos cosas a la vez. Tengo 40 años.

-Huy! Quien lo dijera, yo te hacía un poco más joven. ¡Eres perfecto para mi hija!

Ino oía atento a la señora, una chica de 29 nueve años parecía un plato de buen gusto, acompañado de un delicioso aperitivo de cinco añitos. Mientras cortaba los filetes como la “bendita” señora quería, sólo podía ver como el cuchillo cortaba como mantequilla aquel trozo de carne roja, por segundos se fue de la habitación en una nube de pensamientos, hasta que Felisa le sacó de su absentismo…

-¡¡Paco!! Hijo, a veces parece que estas en otro planeta… Por favor, ándate ligerito que voy con un poquillo de prisa.

Este lo hizo lo más rápido que pudo y en cuanto salió el cliente por la puerta puso el cartel de cerrado. Había sido un día largo en la carnicería, y Felisa, como siempre, se ponía a parlotear como una cotorra, estaba saturado.

Durante los últimos meses, el plan que Ino trazó había salido a la perfección. Con el dinero que traía se acomodó en una pequeña localidad de las afueras de Madrid, en Villaviciosa de Odón. Un pueblito perfecto para pasar desapercibido en un pequeño comercial local, y que mejor para él que una carnicería. Además el pueblo estaba lleno de estudiantes debido a la universidad que había.

Cambió su nombre a Francisco García Ruiz, un pobre vagabundo que encontró en una fría noche de Madrid, del que se encargó borazmente y sádicamente para que nunca más volviera a aparecer en escena. El robo de identidad salió a la perfección tras acudir a la seguridad social y pedir todos los datos del pobre muerto de hambre, satíricamente pensaba que en verdad le daría más honor él a ese nombre que al tirado que se lo robó, bueno para nada.

Se dejó barba y empezó a realizar mucho ejercicio para cambiar por completo su aspecto físico. También se buscó otra profesión que se acomodase más a sus nuevos gustos, ya no podía seguir siendo taxista, más, teniendo en cuenta que durante los últimos meses el control sobre taxis se había incrementado en todas las ciudades de España. Muchos sospechosos tuvieron que llevar sus coches a dependencias policiales para que les hicieran inspecciones sobre restos de DNA de las dos víctimas y de la Puta.

Él conservaba su taxi escondido y sin las características que los distingue. A parte se había comprado una camioneta para el reparto, el local lo alquilaba, rentaba también un pequeño piso que pagaba con lo que ganaba en la carnicería, incluso obtenía beneficios gracias al comercio. Su vida había pasado de ser igual de triste y aburrida que en la anterior etapa en Sevilla… Pero no estaba mal, realmente necesitaba ese paréntesis de tranquilidad, las últimas semanas en el sur habían sido intensas, al igual que la llegada a la capital.

La herida del pene tardó semanas en curarse. El desgarro que le hizo la puta le deformó un poco el aspecto de su miembro… Lo que le llenaba de rabia. Ya estaba completamente curado, pero la vista era horrenda, por las noches en la soledad y obscuridad de su piso se lamentaba de no haber matado a esa negra, o haberle destrozado su dentadura. A veces lloraba amargamente, pero su mayoría del tiempo evitaba pensar en eso mientras leía sobre anatomía de todas las especies, en especial la de los seres humanos.

Analizaba compulsivamente los patrones de los cuerpos de las distintas especies que iba probando. Su modo de cortar y cocinar la carne se había convertido en un ritual, se apuntó a unas clases de alta cocina, prácticas que llevaba a cabo en casa de manera obsesiva. Si compartiera esas cenas sería uno de los mejores anfitriones por los platos exquisitos que preparaba, sin embargo, bajo aquel ambiente lúgubre creado por una lámpara de tubo que reinaba la cocina y el silencio que imperaba la casa, aquello parecía más un laboratorio de prácticas que una cocina.

Dibujaba en cuadernos anotaciones sobre el tacto, los diferentes matices de la carne y el sabor de la sangre, al hacerse carnicero, pudo acceder a un mercado oculto en el que conseguían especies diferentes y fuera de la ley, aparte de perros y gatos, domésticos y callejeros, también alternaba con animales de las llanuras del Serengueti o del Asia más profundo, la diversidad de los tipos de carne en la tierra se le hacía casi infinita.

No obstante, el sabor de Marisa y Sara estaba envuelto de algo especial, inclusive el prodiosero vagabundo, tras lavarlo, las sensaciones indescriptibles e inigualables removían sus células al recordar aquellos maravillosos días en los que disfrutó de las dos jóvenes, para él, las texturas más delicadas que ha probado su paladar. Nada de la basura que probaba podía compararse al sabor de sudor, alcohol y sangre que tenía cuando su víctima era humana y estaba viva. Violarla en ese momento lo hacía más apetecible, la grotesca foto sádica le hacía excitarse y seguidamente se masturbaba allí mismo en la cocina, sobre el plato que acababa de cocinar.

Su vida transcurría entre la carnicería y la cocina con sus obscuros vicios. La rutina le empezaba a pesar tediosamente, sus juegos tétricos ya le aburrían, notaba como la luz que antaño le convirtió en un monstruo se le iba encendiendo de nuevo. Tras meses de estar refugiado en su madriguera, había conseguido despistar al agente Rodriguez y estaba muy lejos de la investigación de la policía, creía que era el momento justo para volver a satisfacer sus deseos más profundos.

Había trabajado duro durante meses para labrarse una nueva vida en la que para el resto de la población el fuese una persona normal, incluso en ocasiones, encantadora…. 


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