Bailarines.

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Terminé mi clase de ballet como siempre, sudado, cansado y con nada en mi mente mas que dormir y descansar toda la noche.

Llevaba 6 meses tomando clases. Me sentía muy bien, bailar hacía que pudiera perderme del mundo por un momento, ser otra persona y olvidar mis problemas.

Me encantaba el ambiente en el que estaba, rodeado de chicas con las cuales conversar, salir y divertirnos. Me entiendo muy bien con ellas porque tenemos muchas cosas en común. Creo que el hecho de ser gay, les inspira confianza en mí.

Yo era el único chico de la clase, cosa que nunca me importó ya que recibía un poco mas de atención por parte de la maestra e incluso mis amigas me consideraban el consentido de ella.

Me dirigí al vestidor y una vez dentro me quité las zapatillas de color blanco y las guardé en mi mochila, después me quite delicadamente las mallas negras, para esto, me senté en una pequeña banca y levanté mis piernas 45 grados. Deslicé la apretada tela hacía abajo, con delicadeza, apuntando mis pies, mostrando mis suaves y depiladas piernas. A pesar que no necesitaba depilarme las piernas para mis clases, a mí me gustaba, me hacía sentir más... delicado. Por último, me quité es leotardo negro, dejando respirar mi torso.

En el vestidor había un espejo en el cual miraba mi cuerpo completamente desnudo, apreciando las líneas que formaba. No tenía miedo de que alguien entrara, al fin y al cabo yo era el único chico de la clase.

Me cambié rápidamente y me puse una sudadera rosa. Por alguna extraña, o no tan extraña razón, me gustaba verme femenino, me sentía mas sincero conmigo mismo y me gustaba como veía.

Salí del vestidor y me dirigí al salón para despedirme de mi maestra cuando lo vi. Quedé atónito.

Era alto, con cabello rubio y corto. Su playera de manga corta dejaba al descubierto sus brazos llenos de músculos que me hipnotizaban. Ojos negros con el brillo de una estrella.

Hablaba con la maestra, ¿Se inscribiría a clases de ballet? Por favor, Dios, que así sea.

Esperé a que terminaran de hablar y entré. Mis piernas temblaban por el simple hecho de estar en la misma habitación que una persona tan hermosa como él.

-Ya me voy, maestra. Nos vemos mañana.

-Espera, Leo, quiero presentarte a Gabriel.

Ah, Gabriel, que nombre tan apropiado para un ángel como tú.

-Mucho gusto, Gabriel.

-El gusto es mí, Leo.

Estrechó mi mano y sentí su fuerza, su calor me derretía.

-Gabriel estará tomando clases a partir de mañana y quisiera que le ayudaras.

-Claro, cualquier cosa que necesites yo con gusto te ayudaré.

La maestra me preguntó si no sería molestia que fuera a casa de Gabriel después de clase para que pudiera aclarar las dudas que surgieran en clase. Acepté sin chistar. ¿Estar a solas con alguien tan hermoso como él? ¿Qué cosa había hecho para merecerme este honor?

Ese día no dormí por la emoción. La escuela se me hizo eterna y no pude concentrarme en el examen de matemáticas pero no me importó, solo quería que llegara el momento de estar a solas con Gabriel.

Llegué mas temprano de lo usual al estudio. No había llegado aun nadie. Entré al vestidor y me quité toda la ropa, dejándola hecha bulto en el suelo. Me miré en el espejo para estar seguro que todo estuviera en su lugar y verme presentable para él.

Acomodé mi cabello castaño de lado. A mis 19 años la gente decía que tenía cierto parecido a Colin Ford, cosa que no me desagradaba puesto que él es súper sexy.

Comenzaba a sacar mi suspsorio cuando sentí la presencia de alguien en el cuarto. Me dí la vuelta y vi a Gabriel. Al verlo, di un saltito y un grito más femenino de lo que me gustaría admitir. Traté de ocultarme pero no había lugar.

-¿Puedo decirte algo?-dijo Gabriel con su mochila al hombro y una tierna sonrisa.

-Ehm... sí, sí. Disculpa que... pensé que no había nadie.

Él meneo la cabeza sin dejar de sonreír. Comenzó a acercarse a mí.

-Eres muy hermoso, de verdad.

Quedé paralizado, no sabía que decir, que pensar o como actuar, así que dejé que la situación fluyera. Se acercó cada vez más hasta estar frente a mí, me tomó de la cintura desnuda y me acercó delicadamente a él. Cerré los ojos sin saber que esperar cuando sentí su aliento en mi boca. Me acerqué un poco más y lo besé. Había besado a otros chicos en mi vida, pero ningún beso puede igualarse a este. Fue sincero, espontáneo. Sin intenciones ocultas, la máxima expresión del amor a primera vista.

Sentía como bajaba sus manos a mis muslos, lo que me hizo estremecer y soltar un pequeño gemido.

-Oh, perdona, no quería...-dijo soltándome y retrocediendo.

-No, todo está bien, de verdad-le dije esperando que me tomara de nuevo-.

-Quería esperar a estar a solas en mi casa para poder... darte un beso, pero, al verte ahí parado... perdón, no pude resistirme.

La manera tan tierna en que lo dijo derritió mi corazón.

-Bueno-le dije-, aun podemos esperar a llegar a tu casa y conocernos mejor y... quizás continuar donde nos quedamos.

Él sonrió y yo también. Nos cambiamos juntos y comenzamos a platicar hasta que dio la hora de entrar a clase.

Fue la clase más larga de mi vida. No podía esperar el momento de llegar a su casa y estar de nuevo tan cerca de él.

Continuará.


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