Esteban no quería volar. Ya era inútil seguir negando lo evidente y le costaba dominar sus movimientos a la vista de los pasajeros que esperaban en la cafetería del aeropuerto.
Faltaba una hora para las seis de la mañana, el dígito que intentaba evitar en la seguridad de su vida diaria. Hubiera aceptado con total normalidad que su vuelo saliera a cualquier hora, pero le resultaba un verdadero contratiempo que fuese a las seis, complicándolo aún más el hecho de no poder prorrogar ese último encuentro. Lo llevaría lo mejor posible, a pesar de saber que aquello era un error, pero la muerte de su padre no había sido anunciada, parando las vidas de las personas más cercanas.
En los últimos años Esteban había estado distanciado de su padre, nunca fue el hijo que tanto espero, la decepción fue mutua, también el hijo se sintió huérfano en sus esperanzas. Ahora, con la muerte de la persona que encarnaba la seguridad y la fuerza, se sentía extraño. Su mundo, tan frágil y reservado desde que era un niño, dejaba de tener esa referencia absoluta, como era la figura paterna. Sabía que sus lágrimas no brotarían de sus ojos en aquella ocasión, sintiéndose relegado del papel de hijo por tantos momentos, también en el pasado.
Recordó la historia de los restos de un avión abandonado en plena selva, la vegetación sólo había respetado el esqueleto del aparato. De alguna forma él se había sentido tan aislado y perdido como ese avión, en las etapas de su vida...y esta idea tocó el fondo de sus sentimientos. Por momentos ya no pudo pensar con claridad, para terminar saliendo del aeropuerto.
El vuelo de Esteban fue cancelado, él nunca se enteró. En el último instante decidió no abandonar aquel avión olvidado, ni su eterno monólogo.
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