Él buscaba su celular en los bolsillos para ver la bendita hora que parecía eterna en esa oficina. Con el tacto de la mano logra sentir el anillo que llevó por poco más de ocho años. Sin sacarlo de ahí y sólo acariciándolo con los dedos empezó a recordar todos los buenos momentos que pasó con Eva.
Ella por su parte, buscaba el pañuelo para secar las lágrimas que tímidamente caían por sus mejillas desde hace varios días y se topó con el anillo que Aurelio le colocó en ese restaurante italiano que tanto le encantaba a ella, aquella noche de su cuarto aniversario.
Ambos empezaron a recordar el pasado sin darse cuenta, los buenos recuerdos siempre taparán los malos. En el amor sí de verdad se quiere, es posible tapar el sol con un dedo, ellos no lo sabían hasta ese momento. Recordaban las lágrimas y frustraciones, pero también las risas y alegrías. Los abrazos por las noches. Los besos por las mañanas. El desayuno en la cama. Las penas vividas no lograban opacar todo lo bueno que pasaron juntos.
Él no podía evitar pensar en la primera noche que pasaron juntos, en esas piernas firmes que estrenó con sus ansiosas manos. En esas caderas que llevaban directamente a una pelvis maravillosa. Al oasis en un desierto de tentaciones. En ese cuello suave que conocieron sus labios vibrantes de excitación. En esos pechos pequeños pero perfectamente colocados. En los dulces gemidos que Eva emitía antes del orgasmo. La imagen bendita de su espalda desnuda, sus pies pequeños y sus manos delicadas. Los ojos azules que vibraban de emoción cuando en él se posaban. Recordaba claramente el paraíso antes del infierno.
Ella en cambio recordaba el romance, las sorpresas de cumpleaños, los aniversarios juntos, el día de la boda. Recordaba con una sonrisa melancólica el día en que recibió ese ramo de rosas y el oso de peluche gigantesco al salir del hospital. Las sopas calientes que Aurelio le preparaba cuando ella tenía gripe. Los peluches, los chocolates, las salidas al cine, las cenas frente al mar. También recordaba como lucía el paraíso antes de conocer al infierno.
Ambos recordaban ahí, uno al lado del otro y sin cruzar miradas. Como si todos esos recuerdos no valieran la pena. Sonreían mirando al suelo sin una gota de arrepentimiento por lo que estaban haciendo. Sus pensamientos se encontraban, se sentían impotentes pero decididos a seguir con esto. Empujados por el orgullo que terminaba separándolos y rompiendo una historia más que prometía llegar a más.
Y así seguían recordando en silencio, cada uno en su mundo hasta que el abogado irrumpió en la oficina, dejando caer todo el pesado papeleo sobre el escritorio. El matrimonio terminaba hoy y comenzaba el divorcio. Solo hacían falta unas cuantas firmas más y cada quien tomaría su camino. Doce años de relación se resumían en unas cuantas firmas. Ambos lo sabían y sentían un temor recorriendo la espina dorsal al pensar en ello. Pero era tarde para arrepentirse, ambos eran demasiado orgullosos para admitir culpas, para pedir perdón, para estar juntos. Quizá esto era lo mejor, eso era el único pensamiento reconfortante que se posaba en sus mentes. Pero esa pregunta ya no podrán responderla.
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