Carmina (parte II)

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             Con sus tres aretes en cada oreja y su estrafalaria manera de vestirse conquistó a quien no debía. Me conquistó a mí. Mas allá de fusionar a los Beatles con el Reggae, Natalia marcó un antes y un después en mi vida. Ella me introdujo al mundo de Marijuana, quien con sus promesas de viajes increíbles, terminó traicionándonos a ambos.

             Con ella, uno no pensaba llegar hasta la vejez, es más ni lo pensaba siquiera. Era todo natural, espontáneo. Las risas no eran forzadas, los besos no eran medidos, el sexo no era planeado. Era una química que no pensé tener con alguien de sus características. Pero conforme yo me acostumbraba a su amistad, ella se iba enamorando hasta los huesos. El fin, macabro, fatal, llegó cuando Marijuana nos tenía en las nubes de algodón. ¿Quién iba a imaginar que fornicar drogados en el suelo sería más placentero que estando sobrios? A las cuatro semanas, Natalia dejó de beber y fumar, arqueando sus labios y dibujando una sonrisa que despedía las palabras: Estoy embarazada.

              Asustado, mortificado, confundido y desamparado negué la paternidad de la criatura que engendré en las nubes de algodón. Interpuse todas las excusas que se me ocurrieron hasta que las lágrimas brotaron de sus ojos azules como el mar al que nunca fuimos, como el cielo que nunca tocamos. Escondido en mis pensamientos, a salvo de una paternidad que nunca quise, no logré deducir que Marijuana acabaría con Natalia por una sobredosis de la cual yo me sentía el único responsable. Era la primera vez que extrañaba el cuchillo profundo de la traición de Gabriela, que hacía pedazos mi corazón pero no manchaba mi conciencia, que seguramente después de aquello, jamás estaría limpia otra vez.

               La vida en ese tramo, parecía ensimismarse conmigo y castigarme injustamente por crímenes que no cometí. Pero el destino tenía otros planes para mí. El destino pondría a Carmina de vuelta en mi vida. Y sería ella la encargada de curar mis heridas. De quitar el veneno de mis heridas antes de que sea demasiado tarde, de acompañarme y lanzarme el salvavidas cuando ya el mar de la depresión lentamente me ahogaba. Quizá no era la mujer de mis sueños pero podía salvarme. Y así lo hizo. El caramelo en sus ojos seguía ahí. Carmina había regresado por más.

              Eso era todo lo que recordaba antes de cerrar los ojos. Cuando los abrí, me pusieron al tanto de todo. Me contaron de la sobredosis, del coma de dos semanas, de la desintoxicación estomacal, del suero. En fin, me recordaron el color gris de la vida. Sin embargo, hasta ahora no tengo idea de como Carmina se enteró de la situación y me puso a salvo. Quizá siempre estuvo pendiente de mí, quizá nunca se fue, sólo estaba ausente, esperando el momento. Cuando al fin me dieron de alta, lo primero que vi fue a ella en la sala de espera,  sentada con las manos entre las piernas y una sonrisa en el rostro.


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