El curioso caso del señor Carl Farmer

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Normalmente, cuando escribo las historias debo hacer un 

pequeño croquis de la misma antes de empezar, para que 

todo cuadre bien y salga algo bonito. En este caso solo me 

limito a repetir una vieja historia clásica en Boad Hill que va de 

generación en generación y de boca en boca. Se trata del caso del 

Señor Carl Farmer. Tan rápido como he dicho su título así será de 

corta su historia. 

Intensamente enamorados, Carl y Emma se juraron que el 

amor sería hasta después de la muerte, y así fue. Una tarde de verano 

cualquiera, con su respectivo calor, Carl Farmer, que padecía 

del corazón, falleció en el acto. Cayó al suelo de forma 

fulminante y, en un catacrack casi estruendoso, su cuerpo rechoncho 

quedó estirado en el suelo. Emma, que estaba postrada 

en la cama, inválida, no podía más que mover un poco la cabeza 

y echarse a llorar. No podía hablar así, cuanto menos pedir auxilio. 

Su marido era la única ayuda para ella en los últimos diez 

años. El cuerpo sin vida de su esposo distaba unos dos metros de 

la cama y la puerta del hogar de los Farmer estaba a siete metros. 

De modo que la pobre Emma estaba condenada a morirse en silencio 

de inanición ese fatídico verano si nadie se percataba de la 

ausencia del señor Farmer en cualquiera de los lugares del pueblo 

donde solía hacer la compra de la semana. Pero los Farmer solían 

pasar largas temporadas en casa sin salir de ella. De modo que 

nadie les echó en falta durante los días que duró la tragicomedia. 

Un día después, la vista de Emma alcanzó a ver que el 

cuerpo inerte de su esposo estaba a un metro de la cama. Mucho 

más cerca de cuando cayó fulminado al suelo. Eso le sobrecogió 

y alivió al mismo tiempo. Dos días después, el hediondo cuerpo 

de Farmer ya estaba casi a al lado de la cama, en dirección a la 

puerta de salida. Emma solo podía llorar y llorar, pero creía haber 

muerto ella también, porque estaba como en un sueño. Su ángel 

de la guarda, en este caso el señor Farmer estaba con ella. Pero no 

era un despertar y ya está, todo sucedía en realidad. Al tercer día, 

el fétido cuerpo ya estaba encaramado hacia la puerta, le faltaban 

cinco metros. De modo que necesitó que pasaran cinco días más 

hasta que el putrefacto cadáver llegara hasta la puerta y otro día 

más hasta que sus huesudos dedos ahora tras la hinchazón pudieran 

abrir la manivela de la misma para salir afuera. Al día siguiente 

de esto, medio brazo en la entrepuerta dio el grito de 

alarma. 

Y así fue como una semana después de la muerte del señor 

Carl Farmer se descubriera a la señora Emma deshidratada en su 

lecho de cama. Lo sé, suena absurdo, pero así lo cuentan los viejos 

del pueblo y hasta ha llegado a la ciudad. Yo aquí lo añado 

porque a veces el amor es tan intenso que va más allá de la vida 

misma. 

Y sí, me creo la historia. 



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