Cicatrices.

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Cicatrices.

El aire es asfixiante. El silencio me aturde. Estoy muerta en vida. Cuando uno pierde la ilusión de vivir, todo deja de tener sentido.

Echó mi pelo hacía atrás, recogiéndole en una torpe coleta. Cuesta creer que soy yo la del reflejo del espejo. Tan vacía, seca, fría y tan triste.

Probablemente antes me hubiera preocupado por mi apariencia, por verme más hermosa y más radiante. Pero ya no. Simplemente dejo que el tiempo pase y curé las heridas. Quiero creer que podré volver a sonreír siendo plenamente feliz, sin ninguna sonrisa forzada; pero ahora lo veo difícil, por no decir imposible. Mi semblante se tensa un poco, y sin previo avisó todo se derrumba.

Las lágrimas caen sin control por mis ojos. Tan débil, vulnerable y estúpida. ¿Por qué? ¡¿POR QUÉ?! Trató de convencerme de que es una etapa de la vida, que más tarde estaré sonriendo y recuperando los días perdidos. Pero ahora solo me limitó a respirar, ir a la escuela, llorar y dormir. Apenas como.

Ni siquiera me molestó en componer sonrisas falsas; no tengo a nadie a quien engañar. Estoy sola en este mundo donde no encajo. Y a nadie le preocupa.

A nadie le preocupa que no sonría, y cuando lo hago es forzado y solo para intentar encajar.

Me derrumbó en la cama, gritándole al vació. Abrazó la almohada, hundiendo mi rostro en ella. Envidió a la gente que tiene con quién llorar, que le preguntan ¿cómo estas? ¿Qué te pasa?, quién tiene a quien recurrir para pedir un abrazo. Envidió a la gente que tiene amigos.

Me levantó de una manera desesperada. Me arrodillo debajo de la cama y busco a tientas lo único que se ha comportado como amigo y enemigo estos últimos meses. La navaja.

Mis dedos la encuentran. La agarró y la sacó. Intentó ignorar el hecho de que incluso tiene sangre seca.

Regresó a la cama. Ya no lloró, solo respiró. Me recargó contra la pared, apoyando mi rostro en ella y cerrando los ojos.

Me quito la sudadera negra y mi pantalón y los dejo a un lado. No tengo problema en estar semi desnuda en mi cuarto, nadie entra aquí en años excepto yo. Miro mis brazos, mis muñecas, mis piernas, hasta mi estomago. Todo es un cementerio de cicatrices.

Me echó llorar de nuevo. No lo hago en silencio, si no que hasta gritó intento desahogar un dolor del que nadie se preocupa, ni siquiera yo. Sostengo la navaja y buscó un lugar donde aun este sano. En mi pierna encuentro un lugar que parece perfecto. Tan mortalmente perfecto que incluso me aterra.

Acercó la navaja y la deslizo sobre mi piel. Cortó mi piel y un hilo de sangra se desliza por mi pierna. Continuó así por unos cinco minutos sin siquiera gritar. Me acostumbre al dolor físico, el emocional sigue doliendo.

De nuevo aviento la navaja debajo de la cama. La sangre sigue saliendo y ensucia mis sabanas. No importa. Hace mucho tiempo que no importa.

Secó la sangre, tirando la toalla con la que me he secado en el bote de basura junto con otras toallas más que se han acumulado.

Me pongo un vestido simple de tirantes. Unas mallas y un suéter delgado para cubrir las cicatrices que nadie ha notado durante meses.

Me lavó el rostro hasta disimular las lágrimas. Después salgo descalza y bajo a la sala. Ahí esta mi madre, con una botella de alcohol en su mano derecha y en la otra un cigarro. Me preguntó como puede probar ambos sin vomitar.

-Hola.-Le digo, dirigiéndome a la cocina y sirviéndome un vaso de agua.

-Hola.-Dice ella, bebiendo otra trago de alcohol barato-¿Y esos gritos?

Pongo los ojos en blanco.

-¿Gritos?-Me esforcé en parecer extrañada.

-Si, gritos.-Afirmó ella. Parecía tan segura de lo que decía, pero tenía una botella en la mano así que bien podría hacerle creer que no habían gritos.-Podría jurar que venían de tu cuarto.

Bebí todo mi vaso de agua, tan solo para ganar tiempo para idear una mentira.

-¿De verdad? Yo podría jurar que no escuché gritos.-Miré su botella-Tal vez el alcohol te este dañando un poco.

Se encogió entre hombros, restándole importancia. Soltó una risa larga. Yo ni siquiera sonreí.

Vamos, pensé en mi mente, descubre que es mentira y pregúntame que me pasa. Dime que escuchaste gritos y no descansaras hasta descubrir que pasa. ¡Por favor!

-Bien.-Dijo ella. Levantándose y tambaleándose hasta llegar a la cocina. Tiro la botella, y como esperaba, agarró otra.

Se hundió de nuevo en el sofá sin prestarme atención. Llené de nuevo el vaso de agua y bebí todo de nuevo. Hace tiempo me había echo una promesa: jamás bebería alcohol. Si llegara a tener hijas no las cambiaría por una botella barata de alcohol.

Subí las escaleras, cuando la voz quebrada de mi madre me volvió a llamar.

-¿Hija? ¿Te encuentras bien?

Me detuve en seco.

-Sí, estoy bien.-Mentí.

No se molestó en repetir la pregunta. 


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