Los Indomables
Sus ancianos relatan entre las hojas secas, bajo el día, la leyenda de los indomables y el regreso del gran espíritu.
Mira al águila volar sobre la pacifica arboleada encendida por el sol, acompañada por los aullidos de los guerreros y el rugido de los tambores, truenos de mariposas ligeras
Y así comenzó el polvo a danzar sobre las caderas del árido suelo bañado en oro por una enorme estrella cansada y venerada. Tan profunda, tan simple, la misma imagen que abrigaron los ancianos bajo sus ojos y que el tiempo había convertido en una ilusión de tranquilidad. Hermosa e incasable para las mariposas ligeras, deseosas de ver aquella luz desprenderse en enormes gotas como lo hacían a veces los ríos. Mas su deidad no bailaba con sus alegres canciones, ni aunque los tambores explotaran en relampagueantes retumbos.
Y los aullidos se hicieron más fuertes, despierta a los indomables de entre las llanuras benditas. Sobre las praderas, los majestuosos y enormes corceles reventaron en estampidas, sobre los arroyos tres espléndidas bestias agitaban sus crines, músculos tensos, respiración salvaje. Las pisadas de los indomables hacían que las rocas se sacudieran con entusiasmo, cual natural danza, tan hermosa y sagrada.
Y el indomable llamado por las mariposas ligeras como La Oscuridad de mechones blancos y pálidos, relinchó sobre sus dos patas traseras, y mientras su sombra se extendía a lo largo del cálido horizonte, sacudió con un golpe de sus cascos las desnudas rocas. Mira como de las hermosas y frondosas nubes las águilas aguerridas y ágiles como la flecha brotan como las cosechas de la última primavera.
Y el segundo indomable vestía una piel tan blanca como La Nieve, que abrazaba y enfriaba las pisadas de los valientes guerreros en las montañas, comenzó a trotar con magnifica gracia. Los vientos frescos del oeste se unieron a su encantadora danza y un divino riachuelo de luz humedeció los cielos. El aire bajo sus cascos se levantó por sobre sus cabezas. Mira como resopla con enorme furia y el rostro enaltecido; respiró profundamente y su aliento despejó las nubes, alejando las lluvias y los truenos salvajes.
Las águilas podían volar con libertad, y así lo hicieron. Dulce y delicado vuelo, las aves se alejaron de las tierras amadas, hacia los desiertos impulsados por cálidas ventiscas, y entre sus plateadas garras traían puñados de una fina y tibia arena, así lo hicieron mientras el hermoso y lúcido trote continuaba despejándoles el camino de la tristeza de los cielos. Escucha como los gritos de guerra se enardecen con el baile armonioso de los indomables corceles, señores de las llanuras, esencia de la tierra.
El tercer indomable era La fuerza necesaria, un sublime y misterioso rojizo le cubría. Poco a poco miró como las águilas amontonaban con destreza la arena frente a sus lóbregos ojos, a lo lejos los tambores se escuchaban vigorosos; retumbos poderosos y los espíritus descendieron de las montañas para unirse a la fiesta de la humilde aldea. La excitación se acrecentó, gritaron con furor al gran espíritu. Y con la furia de los días agotados y la cólera de las guerras que acecharan las puertas, el tercer indomable golpeó con terrible fuerza el brillante y dorado suelo bajo sus patas y levantó la arena sobre los hombros de los quebradizos suelos. Estruendos nunca antes escuchados, la tierra bailotea bajo nuestros pies, se levantan montañas gloriosas y enrojecidas, florecen de la nada, bañadas en un pálido oro, y las mariposas ligeras explotan en alegría, coloridos bailes y aullidos incontrolables.
Baila con el corazón, pues Los Indomables regresan a las sagradas y vastas llanuras, míralos correr velozmente antes de que el gran espíritu se oculte por primera vez bajo las nuevas eminencias del oeste.
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