Caminos Trenzados I

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El sol se ponía en el horizonte, mientras el naranja del ocaso dominaba el cielo. Ella caminaba cabizbaja por el peso de sus pensamientos. Había huído de la fiesta de forma repentina, apartándose de todos, alejándose de él. Intentaba despejarse y lo consiguió por unos momentos, pero muy a su pesar siempre regresaba al mismo instante, que se repetía una y otra vez en su mente. Golpeó con furia una lata que rodaba por el suelo y salió corriendo a toda velocidad, intentando escapar de todo: de la vergüenza, de la ira… ¡Como podía ser posible! Nunca pensó que volvería a caer otra vez. Ese día pensó que al fin pasaría algo entre ellos, después de haber esperado tanto, después de haber sido sólo su amiga durante años. Pero él, siempre tan impredecible, tenía que arruinarlo todo. Era su especialidad. Pero aunque quisiera, no podría culparlo. Después de todo, era su forma de ser y ella lo sabía muy bien. Sólo estaba enojada por haber creído que no iba a volver a afectarla de esa forma, por haber pensado que tenía todo bajo control, por haberse dejado tener la esperanza de que por una vez las cosas iban a ser diferentes. Pero el destino le jugó una mala pasada otra vez, y se rió en su cara.

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El la observó alejarse por la calle, con ese paso que reconocía cuando estaba enojada. Sabía por experiencia, que en ese momento la ira bullía  en su pequeña figura. La observó golpear una lata con fuerza, definitivamente era un mal momento para cruzarse en su camino, sobre todo sabiendo que él era la causa de su enojo. Odiaba hacerle esto a ella, pero sus sentimientos eran confusos. La quería, o le tenía afecto, sin embargo aun no sabía lo que significaba eso. Sólo que algo en su interior le impedía jugar con ella, tratarla como a las demás. Por eso se había comportado así, después de todo era su naturaleza, echar a perder las cosas que realmente importaban; y ella tenía que saberlo. Tenía que darse cuenta de lo que era capaz, que no era el príncipe ni el caballero que dibujó en su mente, sino tan solo un chico y no era lo suficientemente bueno. No para ella. Se merecía algo mejor que él. Había estado a punto de caer bajo su encanto, a pesar de que no era su estilo de chica; siempre había habido algo en ella que lo había cautivado. Pero sabía que si algo pasaba entre ellos tendría que cambiar y no se sentía capaz de hacerlo. Por eso opto por lastimarla ahora y no decepcionarla después, cuando ya fuera tarde. Pero algo dentro de sí se contrajo al verla salir corriendo. La observó apenado mientras ella se perdía en el horizonte anaranjado.

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La observaba de lejos, como lo había hecho en las últimas semanas. La estuvo observando toda la noche y noto su repentino cambio de humor. En ese momento se iba caminando por la calle, el atardecer ya coloreaba el cielo. Por un momento se preocupó, pensando en lo que pasaría si la noche la atrapaba caminando sola, pero de inmediato desecho la idea; ella era lo suficientemente inteligente como para cuidarse sola. No había que pensar demasiado para descubrir la razón de su enojo. El culpable estaba allí, observando cómo se iba. La bronca lo impuso a lanzar una piedra al aire, odiaba que la hicieran sufrir. Él jamás le haría eso, la quería demasiado. Si estuviera en el lugar de aquel, la haría la persona más feliz, estaría siempre para ella, la amaría con su alma. Pero no era el caso a pesar de que le había abierto su corazón, aun sabiendo que podría salir lastimado. Apostó todo a la única esperanza y perdió. Y ahora le tocaba ver como la lastimaban delante de sus ojos. Si fuera su decisión, haría que el culpable pagara de inmediato, pero eso solo conseguiría que ella se enfade con él. Por eso que se quedo sentado, conteniendo la rabia, aferrándose al destellos de esperanza de que ella se fijara en él y se diera cuenta que era la mejor opción. 


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