Eran las nueve de una noche de luna creciente cuando él llegó a casa. Llevaba consigo el maletín, el paraguas y las cartas recién recogidas del buzón. Suspiró aliviado nada más entrar y dejó el paraguas en el paragüero de la entrada. Luego, se acercó al salón, donde se deshizo del abrigo y la chaqueta, aflojándose la corbata para sentarse cómodamente en el sofá y revisar el correo. Cartas de bancos, el administrador de la finca o el recibo de la luz, siempre de las mismas entidades. De repente, su corazón dio un vuelco: una carta por vía aérea escrita con delicada mano femenina. Era de Lucía. Hacía tan solo un par de semanas, pero todo había sido tan rápido, se habían visto obligados a separarse de una forma tan abrupta que no había albergado esperanzas de volver a saber de ella. Abrió el sobre con la mano tensa por el nerviosismo y sacó los folios rosados que desprendían aroma a azahar. Una letra cursiva, pausada y decidida iba haciendo que los sentimientos enterrados volvieran a estar a flor de piel. Cuando terminó de leer la carta, quedó pensativo, notando la zona inmediatamente bajo el tórax, cerca de la boca del estómago, vibrar como las cuerdas de un arpa. Cenó en tal estado junto a la ventana y, ya mientras bebía un vaso de leche bien caliente antes de irse a la cama, deseó con intensidad que ella estuviera junto a él aquella noche.
Tras cubrirse con el edredón, apagó la luz y su pensamiento se concentró en la imagen de ella. La sintió cerca, aleteando sobre el lecho, acercándose a él. Permanecía Antonio en aquel estado hipnótico, abstraído del terrenal mundo mientras percibía las ondas de sus caricias sobre su cuerpo, los susurros antiguos compañeros en el oído, y se movió un poco en la cama sin querer salir de tal estado. Sabiendo muy bien que ya no estaba despierto, pero sintiéndose aún fuera de los márgenes del sueño en una verdad que se le hubiera antojado fantasía. Percibió el calor de su cuerpo apoyándose sobre el de él, piel con piel, en un lenguaje ya conocido para los dos. Predispuesto, se acomodó un poco asegurándose de que no perdía la atención en aquel trance. Creía oírla susurrar, su larga cabellera cosquilleando su piel. Por un momento notó que ella iniciaba el camino de la conquista completa, formando la unión. Volvió a sentir las ondas de sus caricias sobre su cuerpo y quedó profundamente dormido.
Despertó al día siguiente con aquella presencia femenina aleteando sobre su cama en la habitación, vivaz y delicada, protectora, cálida. A medida que fue desayunando junto a la ventana que daba al gran parque, aquella presencia perdió intensidad y la luna fue desapareciendo del horizonte. Antonio recordó a Lucía aquellas semanas atrás, la noche tan reciente y guardó cariñoso la carta en el cajón del escritorio convencido de que, si volvía a abrir aquella carta una noche, beber el contenido mágico de sus letras y oler su embriagador perfume, gozaría de la calidez de su compañía otra vez.
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