LA NOCHE DE LOS MUERTOS VIVIENTES I
Por Franki Costello
Enviado el 09/11/2012, clasificado en Terror / miedo
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Aquella noche otoñal de luna llena, el frio y la humedad parecían ser los únicos testigos de mi presencia en aquel solitario y siniestro lugar, en el cual, era consciente, que no debería estar, al que nunca, quizás, tendría que haber ido. No estoy seguro de que fuese mi curiosidad, mi irresponsabilidad, mis ansias por conocer la verdad que tanto nos atormentaba, El caso es que, tengo la impresión, estoy casi convencido, de que algo, alguna fuerza exterior a mí, extraña, quizás sobrenatural, me había arrastrado, empujado aquella madrugada hasta allí, donde se suponía que comenzaba, que tenía su origen todo lo que atemorizaba al pueblo y a su gente, entre los que yo mismo me encontraba.
¡Valdredores!. Ese era mi pueblo, un pueblo, una aldea pequeña, perdida en la costa cantábrica pero, a la vez, acogedora, aparentemente tranquila, de poco más de 50 habitantes, donde todos nos conocíamos y cada uno era sabedor de la vida privada del vecino.
En las afueras, a pocos metros de los acantilados, el cementerio, un espacio rodeado de misterio y de oscurantismo, donde el único inquilino propio de este mundo era su capellán, un ser reservado donde los haya, siniestro, huraño y misterioso que vivía allí desde su llegada a la localidad. No tenía contacto con nadie ni se le veía jamás fuera de aquel camposanto. Ni siquiera se pasaba por la taberna para comprar comida, lo cual era aún, si cabe, más alarmante, inquietante diría yo.
Durante los funerales, rezaba los responsos de espalda a sus fieles y lo hacía en latín, de forma que nadie era capaz de entenderle. Lo cierto es que en el pueblo hacía años que habían comenzado a ocurrir algunos fenómenos extraños e inexplicables a la razón humana. Y,¡qué casualidad!. ...Su inicio coincidía con la llegada del cura. Entre los acontecimientos más significativos y dramáticos, que tiñeron de dolor y sufrimiento algunas familias, fueron las desapariciones de varias chicas, todas ellas jóvenes, sin que nunca más se supiera de su paradero.
Por el pueblo, desde hacía tiempo, circulaban ciertas murmuraciones y comentarios. Pero siempre dentro de las casas, en la intimidad del hogar. Pocos se atrevían a hablar de ello en plena calle. La verdad es que, de este individuo, no se sabía nada. A pesar de haberle investigado, carecía de un pasado anterior a su llegada a Valdredores. No envejecía. Desde un principio rehusó vivir en una casa que se ponía a su disposición. Dijo que prefería vivir en una vieja cripta, casi derruida, que se encontraba en un lateral del cementerio.
- ¡Qué extraño!, - murmuraba la gente.- Allí, cerca de los muertos, es donde quiere que sea su casa, su hogar
Percatándose él de las dudas que esto generaba en el vecindario, así como de las críticas recibidas, le dijo al Sr. Alcalde:
- No me dan miedo los muertos, sino los vivos
Aquel hombre era todo un misterio, un enigma. Comenzó a rumorearse que dormía dentro de un ataúd y que se le había visto beber sangre humana.
- Por eso se mantiene siempre tan joven, - se comentaba -
Algunos no querían ni siquiera hablar de ello, les asustaba, les atemorizaba. Decían que daba mala suerte; que, de hacerlo, algún maleficio se desencadenaría, algo malo ocurriría después en el pueblo. Quizás más desapariciones. Todos estábamos tremendamente asustados.
Bueno, en fín, el caso es que, allí estaba yo, yo solo, sin nadie más en quien poder apoyarme. Dispuesto a emprender una aventura, cuyo final era para mí totalmente ignorado.
Tras caminar por aquel camino pedregoso y ligeramente escarpado que discurría desde el pueblo al cementerio, me sentía decidido pero a la vez, asustado, aterrorizado.
A pocos metros de la puerta principal, opté por agacharme, acurrucarme sobre unos arbustos. Permanecí allí durante un buen rato, en silencio, escuchando atentamente los sonidos de la noche. Inmerso en aquella oscuridad, acompañada tan solo por una luna llena resplandeciente, solo se podía oír a lo lejos, el oleaje del mar golpeando contra las rocas de los acantilados. Nervioso, angustiado. Podía sentir con meridiana claridad mi pulso muy acelerado. Poco a poco me daba cuenta de que se iba apoderando de mi un miedo atroz, espantoso. Todavía hoy, recordando aquellos hechos, mientras te lo cuento, siento que mi angustia y mi ansiedad, se hacen muy evidentes.
De pronto, oigo algo, ...en principio, no acierto a identificar muy bien aquel sonido. ¡Ah!, sí. Sí, sí, ...No hay duda. Creo que ya lo tengo. ...Se trata del chirriar de una puerta cuando se abre. Me siento sobrecogido, totalmente impresionado, más aún, horrorizado. En aquel momento decidí mantenerme inmóvil, esperando averiguar quién o qué producía aquel ruido. Mi respiración era torpe, irregular, entrecortada. Y, eso que no había visto ni oído todavía lo peor. Fue espantoso, tremebundo. Jamás había escuchado nada parecido. Allí, en mitad de la noche, al lado del cementerio, y, de repente, se oyó un grito totalmente atronador, desgarrador, muy largo en el tiempo. ...Por lo menos, a mi, ¿Qué quieres que te diga?, ... me pareció eterno. Era de una potencia, de una intensidad tal, que, desde luego, parecía que no era humano; imposible haberlo provocado alguien de este mundo. ...Como si proveniese del más allá.
Con un pánico espantoso, totalmente aterrado, me mantuve en la misma posición un buen rato, prácticamente paralizado, sin atreverme a incorporarme. Cuando decidí hacerlo, me acerqué sigilosamente a la puerta de aquel maldito y misterioso cementerio, pudiendo comprobar que se encontraba ligeramente abierta. Por lo tanto, me colé dentro y avancé con gran cautela unos metros hasta que me dí cuenta de que allí había alguien más. Pude ver, mirando por encima de un seto, que, sobre lo que parecía un panteón, había varias personas que parecían estar comiendo, aunque sin hablar entre ellas, en un total y tenebroso silencio. Comían sí, ...pero tuve la sensación de que lo hacían siguiendo alguna especie de ritual.
En aquel momento, a pesar de estar sometido a una gran presión, a un fuerte stress, era muy consciente de que ya no podía volver atrás. Había llegado demasiado lejos. Únicamente podía avanzar hacia adelante e ir viendo como se desencadenaban los acontecimientos. Puesto que había llegado hasta allí, debía tratar de entender todos aquellos misterios que durante tanto tiempo habían rodeado la vida de los vecinos de Valdredores. Traté de buscar un lugar seguro, para poder ver sin ser visto. Y, por fin, lo encontré: detrás de un derruido nicho me pareció el lugar indicado para comprobar lo que allí estaba pasando sin que nadie me puediese descubrir.
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