Caminos Trenzados II

Cuando reaccionó, la noche había caído sobre ella y la envolvía. Intentó ubicarse y descubrió que se encontraba en la plaza, aparentemente había corrido más de lo que pensaba. Se sentó en el columpio y se balanceó, dejándose llevar por el relajante movimiento de vaivén. Suspiró. No tendría que haber reaccionado de forma tan exagerada, pero él siempre hacía salir a flote sus peores emociones. Se empujó con fuerza y desde lo alto observó la carretera que se desplegaba frente a ella, mientras el silencio de la plaza y el bamboleo del columpio de a poco la fueron calmando; y cuando este llegó al suelo, la ira se había disipado. Sus pensamientos fluyeron veloces, imaginando posibles maneras de arreglar la situación, sabiendo que preferiría vivir así antes que no tenerlo en su vida. Corrió, esta vez con renovadas fuerzas, debido esta convicción. Aceleró el paso y se dirigió a su destino, cruzando la carretera. De la nada una luz blanca ocupó toda su visión y se congeló en el lugar. Todo lo que supo fue que en el siguiente instante todos sus pensamientos se disolvieron en una suave oscuridad.

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Las intermitentes luces azules coloreaban todo a su alrededor. En el momento en que reaccionó, cuando la asoció con ella, ya fue demasiado tarde. La cara de su madre fue todo lo que necesitó para darse cuenta de lo que había pasado. Aún así, aun con todas las señales, esperaba estar equivocado. Cuando se acercó al oficial de policía, pudo escuchar la conversación que tenia con su madre: “un automóvil la atropelló” fueron las palabras que resonaron en sus oídos. No podía ser cierto, sin pensarlo dio media vuelta y salió corriendo. No podía soportar la angustia que le oprimía el corazón, el saber que el enojo hacia él había sido el ultimo sentimiento que había tenido y que él podría haberlo evitado. ¿Por qué no lo arriesgó todo en su momento? Definitivamente habría valido la pena. Ella habría valido todo. Pero ahora jamás lo sabría, nunca descubriría si hubiera funcionado. Y eso lo atormentaba.

No  sería difícil encontrar una salida si la necesitara; un bote de pastillas para dormir podría hacer el trabajo perfectamente. Perderla había dolido más de lo que podría haber imaginado y el dolor le impedía pensar con coherencia. Abrió la puerta de su casa y se desplomó sobre el sofá y de inmediato se perdió en la inconsciencia.

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La noticia lo dejó sin aire. Todavía no podía creer que fuera ella de entre todas las personas. Ella. Ahora entendía porque él se había marchado así, tan deprisa. La culpa lo debía estar matando como le estaba pasando a él mismo. En cierta forma le agrado, que él no saliera exento del dolor después de que la había hecho sufrir, pero el dolor propio era más fuerte. Tendría que haber seguido su primer impuso y salir corriendo tras ella. Pero no lo hizo y ahora ya no estaba, ya no podría remediarlo. Las lagrimas cayeron por sus mejillas mientras pensaba que ya no vería su sonrisa picara ni sus miradas divertidas. Un mundo sin ella parecía tan descolorido, desprovisto de alegría. Su mejor amiga lo divisó a lo lejos y se acerco hacia él, por la expresión de su rostro ya se había enterado de la tragedia. Se limitó a sentarse a su lado, a guardar silencio. Lo conocía demasiado bien para saber que necesitaba un tiempo y el agradecía eso. Una nota de lástima brillaba en sus ojos y aunque él odiara eso, sabía que tenía razón. Si él la hubiera escuchado cuando le dijo que se olvidara de esa chica, que seguramente encontraría alguien que lo ame como él se merecía, ahora no estaría sintiendo tanto dolor, como si algo se muriera en su interior. Sabía que su amiga tenía sentimientos por él, aunque nunca lo quiso asumir. Pero ese día, todo dolía demasiado.  No soportó mas su lastima, por lo que se puso en pie y comenzó a caminar sin destino, sin siquiera mirar atrás.