- ¿Hijo, que quieres ser de mayor?
- No lo sé ¿Qué puedo ser?
- Puedes convertirte en lo que quieras, y puedes ser el mejor en ello.
Eso es lo que me decía mi padre. Y mi padre es un tío listo, así que debía tener razón. Pero yo no lo tenía muy claro, porque nunca me gustó ir contra natura. Al principio quería ser cirujano. Ya sabéis que el camino más fácil para robar el corazón de una chica. Pero nunca he tenido buen pulso y yo y el bisturí no habríamos sido buenos amigos.
Después me sedujo la idea de ser astronauta. ¿Qué niño no ha soñado alguna vez con ser astronauta? Pero a mí me marean hasta los tiovivo, así que tuve que pasar página.
La siguiente elección era de libro. ¡Cantante! Claro que sí. Maduré la idea y pedí ayuda a mi profesora de música. Ella, muy amable, me hizo una audición. Pasaron varias semanas sin que volviera a verla por la escuela y cuando pregunté, me dijeron que había presentado su dimisión diciendo que estaba haciendo algo muy mal. No pude si no sentirme un poco culpable, así que cambie de tercio.
Estaba entonces a punto de entrar en la vida adulta. Tenía que encontrar mi vocación costase lo que costase, así que poco antes de cumplir los dieciocho años me metí como aprendiz de cocinero en un restaurante, y un mes más tarde en probé en otro. El primero lo tuve que dejar después del incendio, pero la culpa fue de mi jefe por no decirme que la botella de alcohol de flambear no podía meterse en el horno. En el segundo me fue mejor. En las dos semanas que duré allí solo envenené a cuatro personas, y tres de ellas fue a propósito por dejar poca propina.
Andaba perdido, sin rumbo. Pero aun las palabras de mi padre resonaban en la cabeza. Joder, si él lo decía tenía que ser verdad. Mientras buscaba mi inspiración conocí a Matilde. Matilde era una buena chica, devota, buena novia. Me aguantaba todas las trastadas que le hacía, y casi ni protestaba. Un día me levanté antes que ella y me escondí en el armario. Cuando llegó a coger la ropa medio dormida y salí gritando de él casi le da un infarto, literalmente, y aun así no pudo evitar esbozar una sonrisa cuando en el preoperatorio para ponerle el marcapasos le dije - ¿Supongo que ahora te alegras que no me metiera a cirujano, no?
El médico le mandó reposo absoluto por algún tiempo, así que pasábamos mucho tiempo juntos en casa. Ella, sensible como era, se percató el daño moral y psicológico que me provocaba no haber encontrado nada en lo que destacara en mi vida, y cuando me preguntó porque vagaba cabizbajo y meditabundo cual alma en pena se lo conté.
- Matilde, me entristece tanto que mi padre no tuviera razón.
- ¿En que no llevaba razón tu padre?
- Me dijo que podría ser el mejor en lo que quisiera, y mírame.
- Querido mío. Tu padre, como siempre, llevaba razón. Hace mucho decidiste ser un gilipollas, y te puedo asegurar que eres el mejor.
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