Narciso me esperaba
Por Agustina Chavero
Enviado el 07/04/2014, clasificado en Varios / otros
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Nota: El siguiente texto no es un microrrelato, ni un cuento breve. Se trata meramente de la descripción de un sueño.
Bajé por el ascensor observando a través de la mirilla el correr de los entrepisos y paredes. Mi descenso era algo desequilibrado y la luz vacilaba. El suministro eléctrico ya se había cortado y acababa de regresar, por lo que fue una mala idea elegir el ascensor, pero debo admitir que bajar los ocho pisos por escalera me resultó mucho más abrumador que permanecer un rato en suspenso.
Al llegar hasta la planta baja me encontré con el encargado, cosa extraña, pues nunca estaba en la puerta. Nos saludamos brevemente y salí a la calle para respirar ese olor a humedad típico de los días lluviosos en Buenos Aires. Gran sorpresa me esperaba al voltear hacia la derecha. Narciso Ibáñez Menta estaba allí, esperándome, con un sobretodo claro e impermeable. Tenía las manos en los bolsillos y me sonreía con los labios, mirándome serenamente.
_ Narciso._ Le dije._ Hola. ¿Cómo le va? Es un gusto y un honor encontrarlo.
_ Muchas gracias._ Me contestó._ ¿Cómo le va a usted?
Narciso se veía contento.
_ Hace mucho que no lo veo. Me alegra de verdad encontrarlo._ Continué._ Quisiera que no volvamos a perder contacto.
_ ¿Quiere que le deje mi número de teléfono?
_ Sí, claro. Sería bueno ir, algún día, a tomar un café.
_ Sí, pero es una lástima no tengo con qué anotar. Debo tener en mi departamento, ¿quiere acompañarme?
_ Con mucho gusto.
Volvimos a entrar al edificio. Narciso pasó su brazo por encima de mis hombros y saludó al encargado. Éste dijo que no teníamos que subir otra vez por el ascensor y Narciso preguntó por aquél salón que estaba cerrado. El conserje extrajo una pequeña llave del bolsillo de su camisa y lo seguimos. Abrió una puerta lateral que daba a un salón comedor en desuso que yo no conocía hasta entonces. Nos sonrió y se fue, dejando la puerta cerrada. Narciso y yo fuimos hasta la barra donde aún quedaban copas colgadas y botellas olvidadas. Él consiguió, no sé de dónde, una birome y un papel para anotarme su teléfono.
Tomamos asiento en una de las mesas cubiertas de polvillo y telas de araña. Comenzamos a hablar, a reír, a tomarnos las manos con el cariño de dos amigos de toda la vida. En aquél salón vacío, semioscuro, olvidado, detenido en algún lugar del espacio donde ya no corre el tiempo, esperábamos la llegada de algún café fantasma. La visita de Narciso fue encantadora.
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