Caminantes (Fragmento de Super Pocho)

Árboles, palmeras, farolas, personas... Todos ellos eran prácticamente lo mismo allí. Cosas erguidas en dirección al cielo, pero que no podían elevarse del suelo. Lo único que les diferenciaba era la altura.

Los árboles, impasibles, pacientes y curiosos, se dedicaban a observar a las personas que los sorteaban casi sin proponérselo, alumbrados siempre por el Sol en la mañana, o por las farolas en la noche. Las personas tenían que tener luz ya que si no fuera así correrían el riesgo de entrar en contacto entre ellas. Eso pensaban al menos los árboles ya que habían observado que no sólo esquivaban sus troncos, sino que las personas se esquivaban también entre ellas. ¿Cuál, si no, había sido el propósito de las farolas, que les impedían disfrutar de las estrellas? 

Las personas no sólo trataban de esquivarse físicamente, sino que también insistían en esquivarse dentro de sus pensamientos.

Sin embargo, de vez en cuando y casi por accidente, dos personas cruzaban la mirada.

Era apenas un instante, pero era un instante poderoso. El espacio inerte, vacío y oscuro que había siempre entre los caminantes que se esquivaban quedaba roto, mancillado de luz, de color, de vida... Pero entonces ambos retiraban la mirada, azorados, y cada uno seguía su camino, ignorando que probablemente ese momento no se repetiría jamás en sus vidas. Que dos vidas se habían cruzado y se habían separado sin decirse adiós ni preguntarse por qué. 

Todo esto pensaba cada vez que iba desde mi casa hasta el instituto, hasta que empecé a encontrármela de vez en cuando por el camino. Y desde que, cada uno en su caminar, cruzábamos nuestras miradas, dejó de importarme que las farolas ocultasen las estrellas.

Y, cada vez que nuestras miradas se apartaban, me preguntaba si ella tampoco lo había considerado un accidente.