Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida. Lo único que ahora lo hace de forma dañina, porque atraviesa una capa radiactiva que rodea lamentablemente el planeta, y cuando ese agua toca en cualquier ser vivo, lo contamina sin remisión, lo condena a una muerte segura. Por eso ya no hay bosques, no hay plantas. El reino vegetal ha dejado de existir, y al animal le queda muy poco de vida. La lluvia cae sobre cadáveres esparcidos por todas partes, sobre esqueletos amontonados. No hay un solo ser vivo en superficie. Los pocos humanos o animales que quedan viven en el subsuelo, a muchos cientos de metros, organizados en sociedades totalmente distintas a las históricamente reconocidas, sin leyes ni orden. El caos se ha adueñado de ellas y la supervivencia es puramente animal. Esperan pacientemente su fin, que llegará muy pronto, porque las reservas alimenticias se agotan, así como las de agua potable, y no hay posibilidad alguna de renovación. Se encaminan a un canibalismo forzado y cruel, a una lucha sin cuartel con la ley del más fuerte como patrón de conducta. Y ahora, solo ahora, se dan cuenta de su tremendo error.
Nota del escritor: No he pretendido emular o plagiar la obra de Cela, al menos en parte. Formaba parte de las bases de un concurso de micros que debían empezar con el comienzo de "Mazurca para dos muertos", cuya lectura recomiendo a aquellos que no lo hayáis hecho.
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