Con mi mano limpié el vidrio frío y empañado de la ventana, esfumadas las imágenes se veían surcadas por la lluvia. A lo lejos divisé a un hombre que haciendo equilibrio en su carreta, castigaba colérico a su caballo.
Hube de dar a mis manos forma cóncava y apoyarlas de canto contra el vidrio y contra mis sienes, para esforzar la vista y hacerme creer que veía más. Entonces vi, cómo el que parecía hombre, en vano se esforzaba por hacer retroceder al caballo que se oponía. Me sentí inducido a pensar que animales como el caballo por naturaleza no retroceden. Luego vi cómo el caballo se levantó en dos patas, como los hombres, y fácilmente retrocedió.
De nuevo, el vidrio se fue empañando por la angustia de mi halo hasta que no vi más que el reflejo equinesco de mí ser. Retraído, regresé a ese oscuro rincón de mi cuarto, donde me espera una sucia mancha en la pared que se va extendiendo como el cáncer, cuando le cuento lo que hay detrás de la ventana.
Bogotá, Agosto de 1986.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales