Un grito de espanto es el viento sobre el arrecife. Locas, las aves predadoras descienden en espiral; la presa esta servida. Su boca seca es una piedra, el sol canicular lo desolló vivo; ceñido en cadenas cuelga de la roca. Abajo, el mar canta la danza de la muerte; arriba, el fuego llora el destino de su heraldo.
Las garras se posan en su vientre, un picotazo le punza el alma, la rapaz bestia tira el intestino y Prometeo ruge. Desde la playa Heracles logra oírlo y comienza el penoso ascenso. Una batahola de plumas se pelea el cordón de la vida. El éter truena; Zeus ríe. Las águilas se aferran al risco y meten la testa para extraer las vísceras, en su cuerpo siente la piedad del fuego. Se pelean el hígado, porque ignoran que tiene corazón.
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