El lugar, destruido por el tiempo, esta iluminado por una emisión azul. El castillo se presenta como un fantasma y el balcón de los amantes como un altar. Bálsamo de oro sudaban los mastines al oler la carne que en lo alto se balanceaba. Las botas ensangrentadas habían sido consumidas por los roedores, mientras los muertos ojos, salidos de sus órbitas giraban alrededor de la luna blanca. La bandera permaneció izada hasta el aciago día del vendaval; cayó sobre la mierda y los himnos enmudecieron. Los murciélagos, con sus hocicos pegajosos le daban besos, mientras le arrancaban la piel por tirillas. El cuerpo suspendido estaba lacerado. Los leones hambrientos saltaban, pero sólo alcanzaban los mechones. Iluminando las heráldicas, una luz rojiza cruzó el espacio, las imágenes se petrificaron, el cadáver gimió dolores ulteriores y la llovizna horizontal anegó la azotea.
La vi entrar vestida de novia, bello su rostro horrible su mirada. Le traía marchitos capullos en su turgido corpiño. Lo bajó, lo besó y se echó encima. Un ente llegó por entre los balaustres y se posó en la medianía. Todo permaneció quieto por veintidós años o más. La brisa era un leve soplo levantando los doseles de seda y las hojas de los gualandayes caían enredando los rayos del ocaso. Los pájaros picaban la sangre y morían en el acto. Los bejucos y las raíces fueron usurpando lentamente el pequeño balcón. La selva creció, su vigor estranguló la fortificación y los devoró. Herido, se arrojó del caballo. Asaltó la enredadera y con su filudo acero se liberó. Con grito ensordecedor, la selva convocó un ejército de bestias de toda estirpe. Fue capturado, herido y colgado de los pies. La ofensiva dejó el campo desolado. Destruido por el tiempo, se ve iluminado por un rayo azul. El castillo se presenta como un fantasma y el balcón de los amantes como un altar. Las botas ensangrentadas serían consumidas por los roedores y él se volvería a liberar con la fuerza de su acero.
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