ROMPIENDO CAMAS DE HOTEL

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Había sido una tarde larga de sábado, bastante aburrida por demás, un poco monótona con mi novia queríamos hacer algo diferente. Primero fuimos a dar una vuelta por el centro de la ciudad, estuvimos observando algunos teléfonos celulares, accesorios de mujer, ropa, películas y en fin, gastamos tiempo mientras la noche caía y encontrábamos mejor plan, más erótico.

Queríamos, cómo no, salir de la rutina del sexo casero en el que las limitaciones abundaban por ser el mismo espacio y el manual reducirse a lo mismo que todas las parejas hacen. Ella siempre fue una mujer de mentalidad abierta como yo, así que sin más pensar, fuimos a buscar un hotel que nos permitiera dejar volar la imaginación y romper la tradicional sesión de cama de las noches.

Ella se vistió como la ocasión lo ameritaba: minifalda en Jean, tanga de hilo negra, tacones altos y top; combinación que yo le decía que usara cuando el momento lo pidiera. Provocaba, excitaba de sobremanera tener sus piernas a la vista, sus tetas grandes y pronunciadas visibles, su abdomen plano y súper marcado también visible, era la pinta ideal. Por mi parte, elegí un Jean cómodo, zapatillas negras y camiseta negra; pinta de maleante, pero bien sabido es por todos que a las mujeres la maldad las antoja, la pinta de dominante callejero es la mejor opción para estos casos.

No queríamos ir a un motel por ahí de esquina, tampoco nos daba el presupuesto para el súper hotel de la ciudad. Eso nos obligó a tener que caminar unas cuantas cuadras en búsqueda del sitio que cumpliera con nuestras necesidades y nuestro presupuesto.

Después de mucho rebuscar, encontramos un lugar adecuado: era mediano, tenía un ambiente agradable, un precio asequible y estaba ubicado en una zona privada de la ciudad. Hicimos la respectiva inscripción, pasamos el chequeo necesario, y subimos a desfogar nuestro deseo de variar.

En lo que entramos a la habitación, una orden clara se oyó de mi parte: “Quítate la ropa” a lo que ella sin más accedió, sintiéndose tal vez regañada, pero sobretodo excitada por el tono y el momento. Iniciamos con una tanda de besos primero tenues y cariñosos, que se tornaron cada vez más sensuales y agresivos. No tengo precisión de los momentos que prosiguieron, solo recuerdo que en un par de minutos nos situamos en posición de misionero, e inicié una penetración fuerte y totalmente fuera de lo normal.

Ambos emanábamos sudor sobre el cuerpo del otro, los movimientos eran bruscos y sexys, los gemidos tanto de ella como míos retumbaban en el cuarto, y el sonido de mis testículos golpeando su nuez le daban un toque de sensualidad y seducción al momento.

Así continuamos bastante tiempo más, el sonido de la cama, el sonido de nuestras voces sollozantes, el sonido que producían nuestros cuerpos húmedos y todos los sonidos propios del instante amenizaban el suceso, todo fue rudo, pero demasiado erótico.

Bajamos un poco la velocidad, lo que hizo que en cada envestida retirara mi pene de su cuquita para entonces húmeda, muy lubricada, hinchada y abierta; a lo que ella contestaba con un gemido excitante y provocante que rezaba: “No lo saques, déjalo adentro” y cuando lo volvía a introducir de manera deslizante y pausada su gemido era largo y profundo, fuerte y rimbombante.

Retomamos el ritmo inicial, la postura cambió por una deliciosa pose de perrito en la que le di unos minutos más, luego retomamos la posición de misionero pero ahora en forma de arco, arco que se acabó cuando de un violento empellón la arremetí contra la cama para terminar con unos coletazos más dentro de su interior y la emanación de un chorro de semen que pedía ser expulsado de mi pene a su cuca, que a su vez pretendía recibirlo gustosa.

Terminamos con un cálido beso, y fue la primera vez que conocimos la innovación que producen los lugares diferentes y las nuevas sensaciones.

La noche continuó entre caricias, besos, sexo y amor, y nos dio el punto de partida para convertirnos en una pareja rompedora de camas de hotel.


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