Los literatos prefieren la noche, los sitios aislados y silenciosos para escribir, y es allí, bajo la penumbra del candil, donde surgen presencias misteriosas para invadir la mente del escritor. Tal vez, también estos lémures se materialicen, revelándose desde las sombras de su propia obra.
- Aquí hubo lluvia de sangre.
- Se lo tenía bien merecido, más adelante nos iba a matar.
- ¿tu subiste, Frank?
- Sí. Y lo hice, de una buena vez!
El autor, como le acontece a los grandes escritores, había visto un Quídam. Lo vio claramente sentado frente a su escritorio. No se alarmó porqué sabía que este ser ayuda en la creación literaria.
- ¿y te vio?
- ¡No soy tan estúpido! resopló Frank, iba disfrazado.
Ante una aparición semejante, cualquier escritor se alegra; alcanza la cima máxima de la creación literaria. Sólo Maupassant dijo haber visto uno, pero es sabido que varias de las grandes obras maestras han sido dictadas. Estaba preparado para aquel momento y escribía con asustadiza exactitud lo que el quídam le dictaba.
- ¿Cómo sucedió todo? Inquirió la mujer-.
- Fácil, me senté y le dicté: y el sicario, paradójicamente dotado de astucia por su propia víctima, disparó sobre él.
- ¿y qué pasó?
- Me miró como un idiota, sorprendido. Cuando entendió la celada quiso arrojar el manuscrito al fuego de la chimenea, de inmediato pensé en ti y le disparé.
- Ahh..!, -contestó ella- creí que había fiesta en el piso de arriba.
Frank no contestó. Irrumpió en el último párrafo de su capítulo, se echó cubriéndose con las frases más largas y con un triptongo de besos excitados, amó a la mujer. Durmieron en medio de la insensibilidad narrativa. Soñó que se precipitaba por un vacío intestinal y lo despertó un ruido horrible; como prueba reina, el inspector había arrojado el manuscrito entre una bolsa plástica, para practicar el examen forense.
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