Los regalos de de Denisse - Emma, la sofisticada.

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El mensaje de Denisse apareció en mi correo:

"Jueves próximo. Restaurante de Sanborns Galerías. 19:00 hrs, ni antes, ni después. Pregunta por Emma."

Sonaba interesante. En esta ocasión decidí seguir la indicación de Denisse y programé lo necesario para estar ahí a tiempo. Con la ventaja de saber lo que podía pasar, en esta ocasión aumenté el esmero en mi apariencia, con buenos resultados. En general no soy especialmente guapo, sin embargo tengo dos detalles a mi favor: una mirada directa y facilidad de palabra. Con 1.70 m de estatura y 75 Kg de peso mi complexión es más bien fornida.

Galerías es la plaza comercial de moda. No es mi ambiente. Demasiados "wanabi", para mi gusto. Pero el encargo o regalo de Denisse era una carnada demasiado apetecible, así que crucé la puerta del establecimiento a la hora exacta.

El recepcionista me escuchó con atención, miró su libreta de registro y sonriente me pidió seguirlo. Desde una distancia discreta me señaló con la mirada la mesa que buscaba. En ese momento solamente pude ver la menuda espalda de una mujer con larga cabellera rubia sentada en una postura erguida, evidentemente a la expectativa.

Al presentarme me encontré con una mirada que me resultó muy familiar, aunque de momento no pude ubicarla. Me extendió titubeantemente la mano, lo que me hizo dudar que aquello funcionaría.

Su piel era blanquísima, los brazos delgados y una cara con facciones muy finas e impecablemente delineadas por un sofisticado maquillaje. Su sonrisa fue forzada. Su incomodidad era evidente y no le interesaba en absoluto disimularla. Esto último confirmaba que la corta duración de la faena.

Su ropa era informal, pero elegante. Una blusa de tela estampada de algodón, una falda medianamente corta, zapatillas discretas, el pelo suelto y un maquillaje impecable.

- ¿Así que tú eres la maravilla de la que tanto habla ella? - Su tono fue seco, diría que desafiante. Demasiado moreno para mi gusto, remachó.

- Veo que tus expectativas no se cumplieron ni remotamente - contesté tratando de disimular mi propia incomodidad.

- No entiendo cómo puede conformarse contigo cuando tiene a su disposición tantos hombres mucho más guapos que tú . . . en fin . . . veamos qué sabes hacer - dijo mientras se levantaba de su silla.

Y entonces la recordé: Emma Daza, la modelo más famosa de la región. Rubia natural, tenía un porte distinguido que combinaba con una capacidad fotogénica increíble. En persona es bella: en foto es perfecta. Ropa, zapatos, alimentos, golosinas, escuelas y una lista interminable de productos había utilizado su imagen como herramienta de mercadotecnia.

Puesta de pie era todo un espectáculo. Su estrecha cintura se prolongaba en ambas direcciones: hacia la cabeza en un par de senos espectaculares; hacia los pies en unas caderas y nalgas portentosas. Imposible no quedar hipnotizado por ella.

Cuando pedí la cuenta el mesero me pasó una discreta nota que decía: "la señorita Daza no paga cuentas en este lugar". La publicidad con el rostro de Emma dio la explicación.

Sorprendido me dispuse a salir de ahí en compañía de ese monumento. Ella dirigió sus pasos hacia el fondo del lugar, entró al pasillo de sanitarios y ahí abrió una puerta en la que yo nunca había puesto atención. Ésta nos llevó directamente a una zona cerrada del estacionamiento, en el nos salió al encuentro un joven que conducía el auto de Emma.

Subió sin decir palabra... y yo hice lo mismo. Arrancó con un fuerte rechinido de neumáticos y condujo con rapidez hacia la salida. Con mucha pericia avanzó por las calles atiborradas de la ciudad hasta una de las colonias más exclusivas. Al llegar al acceso de una enorme mansión activó el control remoto del portón y pronto estuvimos dentro. Descendió rápidamente y abrió la entrada principal a la casa, dejando abierta la puerta para que yo entrara. Cuando yo entré ella ya no estaba en el vestíbulo... ni en la estancia... ni en ningún sitio visible.

Pasaron 15 o 20 segundos muy incómodos en los que únicamente atiné a quedarme parado buscando con la vista en los rincones. Entonces se abrió una puerta al fondo de un pasillo y apareció ella con un vaso en una mano, sin las zapatillas y sonriendo agradablemente.

- Disculpa las groserías que te he hecho desde que nos encontramos. Pero debo practicar mis propias medidas de seguridad y guardar las apariencias que mi negocio reclama. Como podrás imaginar no puedo ir por el mundo siendo amable con desconocidos ni dejándome fotografiar con cualquiera. En esta carrera eso puede costar muy caro.

Se dejó caer pesadamente en el sofá más grande de la sala, me tendió la mano y con una seña pidió que me acercara. Al sentarme a su lado ella me echó los brazos al cuello y me regaló beso cálido y sensual. La tomé por la cintura la comencé a acariciar mientras seguíamos prendidos en los besos. Nos pusimos de pie y las caricias se diversificaron. Mis manos recorrieron sus caderas, muslos, brazos, senos, cuello y cada rincón de su cuerpo. Ella parecía ansiosa, desabrochó mi camisa y pantalón y siguió explorando todo lo que tenía al alcance.

Nos fuimos desnudando con calma, sin prisas. Su delicada ropa interior era hermosa, ligera, suave, impregnada de su olor. Sus brazos eran delgados y largos, la suavidad de sus manos, el olor de su pelo, la firmeza de su carne, lo caliente de su aliento... todo era de ensueño.

Abriendo los ojos, como saliendo del éxtasis momentáneo, me dijo con voz sensualmente enronquecida: "¿Qué puedo hacer para que disculpes mis insolencias?". Cerrando nuevamente los ojos y sin esperar respuesta se dirigió a mi entrepierna.

Tomó mi erección con sus pequeñas manos y comenzó a deslizarlas de uno a otro extremo mientras humedecía sus labios para comenzar a recorrerla con su delicada lengua. Descubrió la protuberancia en el extremo de mi virilidad y con una mirada de goloso deleite se lo llevó a la boca. Lo trató con delicadeza, deslizando labios, lengua y todo el interior de su hermosa boca por aquel trozo de carne palpitante. Es indescriptible la excitación producida por aquel cuadro: los carnosos labios que promovían infinidad de productos deliciosos ahora afanados por recorrer cada milímetro de mi verga. No pude seguir viendo más y me dejé llevar por las intensas sensaciones que ella producía en mí. ¿Cuánto tiempo pasó? En verdad no lo sé... pero me dejé arrastrar por rincones de placer que no me había permitido conocer.

Finalmente ella subió la intensidad de las caricias gradualmente, y subí, subí subí... hasta explotar en una corrida inolvidable. Cuando abrí los ojos ahí estaba ella... con mi carne en su boca y una mirada de asombro... pasó dos grandes y largo sorbos y respiró con alivio.

-No sabía qué hacer... siempre pensé que no sería capaz de tragar el sabor del semen... ¡pero fue sencillísimo! - dijo, mientras dibujaba una sonrisa encantadoramente divertida. Ven... esto merece seguir en el mejor lugar.


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