Fue hacia la estancia común y encendió la luz. No había nadie. ¿Qué esperabas, imbécil, ver a una vieja limpiando los cacharros en la cocina?, se dijo.
Fue revisando las ventanas, asegurándose que estaban bien cerradas y encendiendo las luces del exterior. La zona de la barbacoa y la entrada estaban despejadas. Todo y eso abrió la puerta y se asomó fuera, notando el frío de la noche a través de la tela del pijama. Todo estaba correcto. Volvió a cerrar la puerta con dos vueltas de llave.
Se asomó por la ventana que había en la zona de la cocina, la cual daba a la piscina y a la sala de juegos. Al fondo las montañas se recortaban en un cielo pletórico de estrellas. Todo estaba tranquilo, como no podía ser de otra manera.
Se encontró mucho más tranquilo y se animó diciéndose a si mismo lo valiente que era al haber superado la influencia del siniestro libro de visitas, el cual sin duda había sugestionado a todos los anteriores ocupantes de la casa partir del primer gracioso que contó una historieta de fantasmas. Todo y eso había una de los testimonios que había escrito su mensaje sin haber leído previamente los anteriores, la señora de la barbacoa si no recordaba mal, pero también es cierto que se podría haber unido a la broma macabra. Incluso él mismo pensó que podría escribir en el libro un mensaje siguiendo la tónica general. Algo así como:
Encima que Lluis y Assumpta no nos obsequiaron con sus famosos embutidos, una señora de negro nos ha fastidiado las vacaciones apareciendo y desapareciendo en todo momento y lugar: cuando estamos comiendo, acercándonos el salero, limpiando las ventanas de la casa, cambiando a su antojo los canales del televisor e incluso una vez me pasó el papel higiénico cuando estaba haciendo mis necesidades en el lavabo
Sara, Daniel y los peques.
Ante semejante idea, Dani soltó una risita y miró a su alrededor, viendo la bonita estancia iluminada. Nada malo podía pasar allí. Vio su paquete de tabaco sobre la mesa del comedor y cogió un cigarrillo, se lo llevó a los labios y lo encendió, aspirando el humo con placer.
Se dirigió a la ventana de la cocina y la abrió para evitar que el humo se quedara dentro de la casa, siempre fumaba en el exterior, pero hacia mucho frío.
Contempló extasiado el inmenso cielo estrellado, muy nítido como correspondía a la alta montaña, sin la contaminación lumínica de la ciudad a la que estaba acostumbrado. El aire frío entraba por la ventana abierta pero lejos de molestarle, se sintió vigorizado.
De repente sintió como le envolvía otro tipo de frío muy distinto, que atravesaba el pijama, la piel, la carne y le llegaba hasta los huesos, cortándole la respiración.
La sensación fue tan repentina que sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo y hasta el último cabello se le erizó.
Notó una presencia a su lado. Petrificado, siguió mirando por la ventana, sin atreverse a girarse.
Un plato que estaba en el fregadero se deslizó sobre el resto de la vajilla sucia de la cena. Había algo más, un sonido grave, intermitente que surgía del frío glacial que lo envolvía. Era una respiración acompasada y fatigada.
Presa del pánico, Daniel se quedó paralizado y sin saber qué hacer. El aliento de alguien le estaba azotando la nuca.
En aquel momento notó como la colilla del cigarrillo que sostenía entre los dedos le estaba quemando, por lo que la lanzó por la ventana y aprovechando que había conseguido recuperar parte de la movilidad se volvió bruscamente para enfrentarse a la presencia que lo estaba acosando.
Una sombra negra con rostro difuso, blanco como el mármol, lo observaba a menos de un palmo. No le dio tiempo a ver más detalles porque la aparición se difuminó al instante. Casi sin darse cuenta también el frío intenso abandonó su cuerpo y luchó para respirar con normalidad. Un gemido le surgió de las entrañas y sintió unas ganas irresistibles de llorar. Estaba aterrado.
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