Sueños compartidos

Dos jovenes se encontraban sentados y apoyados en un gigantesco sauce llorón que se erguia a varios metros del suelo, siendo lo único destacable de aquel vasto prado. Del cielo, dibujado con enormes nubes negras, caían montones de gotas que bañaban el pasto y por supuesto el gran árbol. De este último, por una larga y fina rama bajó una gota que acabó en la mejilla de la chica y finalmente terminó su trayectoria en el suelo.

- ¿Tienes frió? - preguntó el chico mirándola de reojo.

- No - respondió ella con la cabeza cabizbaja.

- Esto nos supera - dijo con la voz resquebrajada - No sabes las noches que paso anhelandote más que cualquier cosa. Los días no significan nada si tú no estás en ellos. La vida no es vida sin ti.

Un nudo en la garganta invandió al chico, seguido de sollozos que alertaron a la chica, quien lo abrazo rodeándole el torso y asentando la cabeza de él en su hombro. Ella enseguida le acompaño en su llanto, mezclándose con el rumor de la lluvia que parecía no tener intención de cesar.

- Tenemos que ser fuertes. Estoy segura que encontraremos alguna forma de salir adelante - dijo ella mientras de su cara brotaban un sinfín de lagrimas.

- No puedo soportarlo. Necesito vivir de tus labios...

- Si lo haces, todo desaparecerá. Prefiero que nos quedemonos abrazados hasta el final - dijo ella presionando más su pecho contra el del chico.

Sin ningún sonido más que el de la lluvia, se quedaron abrazados esperando que la pena y el dolor acaben diezmando, pero a la vez sin olvidar el mismo temor de todas las noches: que alguno de los dos despierte en cualquier momento.