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Mientras la impía lluvia borraba la rayuela, así se borraba mi paso por el lugar cuando nuestro carromato se alejaba hundiendo sus ruedas en el embarrado camino, meciendo a cada giro el frío habitáculo en el que nos refugiábamos de las inclemencias del tiempo. Esa era mi vida. No podía hacer amigas porque no nos quedábamos mucho tiempo en aquellos pequeños pueblos o aldeas, sobre todo por la curiosa forma en que mi padre ganaba dinero ocultando una bolita bajo tres cubiletes.
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