Hoy mi María se ha vuelto a dormir con hambre, tres días que no hay nada en casa, los hijos se fueron y nos quedamos los dos solos, el perro también se fue. Yo me consuelo diciendo bueno esta gorda que baje de peso.
Es sábado, después de pascuas, empiezan las comuniones en la ciudad, en la iglesia de la parroquia se amontonan, padres de familia y los niños de primera comunión, son gente con dinero, han puesto guardias de seguridad para que no entren los fotógrafos.
Solo un padre de familia va a tomar las fotos, desde unos años atrás, si no es el catequista, es el profesor de la escuela o cualquier hijo de vecina que se compra una cámara, y tiene derecho a tomar las fotos.
Cuando salimos del pueblo, mi María, me rogaba que invirtiéramos la platita que nos dieron por las tres vacas, en un negocio, pero yo quería mi cámara de fotos, le decía que con ella llegaremos a Nueva York. Y llegamos a Nueva York y Rio de Janeiro, allá por el barrio de San Juan.
Que años aquellos, yo con mi cámara recién comprada, gastamos casi toda la plata de las vacas, pero tenía mi cámara de fotos.
Te daba gusto vender mis fotos - claro si yo leí la enciclopedia Salvat de la fotografía, más de cien veces.
Sabia de diafragmas, de velocidad, de películas, sabia de todo sobre fotografía, pero no sabía hacer dinero, mi único encanto era tomar fotos, a las flores, a ti, a los perros, al gato, a la ciudad.
Por eso siempre estabas conmigo, para evitar que regalara las fotos, tú eras la de la plata, no era solo el hambre, estabas orgullosa de mi trabajo.
Y luego harta de pasar necesidades, te buscaste un trabajo. Yo seguía empecinado en ser el mejor fotógrafo, los fines de semana buscábamos en cada iglesia, escuela o colegio, y ahí estábamos trabajando. Con tu sueldo y mis esporádicos encargos fuimos pasando.
Se acabó, las cámaras con rollo y vinieron las digitales, con tu liquidación, compramos la primera digital, otra vez fuimos a un almacén elegante, gastamos todo tu dinero, -gracias por confiar en mi te dije-, pero era mentira, solo me sentía orgulloso de tener una nueva cámara digital.
Sí algunas veces no fue bien, fueron pocas que las recuerdo casi todas, pero la gente se compraba sus cámaras digitales y el trabajo era cada vez más escaso.
Muchas veces, buscaba refugio en el trago, pero ya sabes me sienta tan mal, luego en el casino, cualquier dinero que conseguía, lo apostaba, con la loca esperanza de ganar más y casi nunca pasaba, sé que me odiaste todo ese tiempo. Luego prohibieron el juego en el país y me sentí liberado. De nuevo me entregue a mi loca pasión por la fotografía.
Todo el día pasaba conectado al internet, mirando fotografías, leyendo sobre cámaras, repitiendo y repitiendo cualquier foto que veía, y tú en el trabajo de 8 a 8 de lunes a viernes, sin quejarte y el sábado, ahí estabas, lista a salir conmigo, aprendiste a filmar y yo a editar videos.
Han pasado treinta años, tenemos un par de cámaras, dos sueños rotos. Tu negocio nunca pudimos ponerlo y yo jamás llegare a Nueva York.
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