Niebla, blanca, triste, amarga,
saboreada por lo pelos,
casi sin tiempo,
sin aliento inexistente.
Niebla fría, como sus manos.
Igual que el tacto de su pelo helado,
igual de turbio que sus ojos.
Niebla espesa, esperanzadora, infinita,
como nosotros,
Luces de ciudad que se apagan
al ritmo de los corazones,
semáforos que parpadean
cortando caminos,
acabando con el tiempo,
decidiendo.
Una vez más.
Noches, negras, iluminadas
por su mirada, triste
acabando por recibir ese maldito milagro que se supone que exista.
¿Se supone que eso debe de ser suficiente?
Auto destrucción
seguimos siendo infinitos
y nos vamos apagando,
al igual que el tiempo de los semáforos
se reduce a cero,
las nubes se dispersan
dejando abierto el cielo
y llega la hora de apagar las luces,
dejando,
una vez más,
la noche negra como sus ojos.
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