La más bonita de todas aquellas estrellas

Le dije que volvería en un minuto. O en un minuto y medio. Más o menos es lo que tardé en volver a aquella habitación que te nublaba las entendederas. No por la habitación en si, si no por lo que había en su cama. Recostada, sin sábana y medio desnuda, esperaba expectante el regreso de quien más quería en el mundo. Cuando llegué. supe nada más ver su sonrisa, que sería la noche más mágica de mi vida. Como las mil anteriores que había pasado a su lado. Me dirigí hacia a ella en pasos cortos, casi dando saltitos y cuando me encontraba en el borde izquierdo de la cama, me abalancé sobre ella sin menos compasión que los meses que nos habían tenido separados. Empecé a besarle su largo cuello y más tarde los labios. No relataré lo que más tarde sucedió porque esta no es una de esas novelas eróticas ni voy con intención de que lo sea. Así que os relataré algo mucho mejor. La perfección que ella desprendía no era comparable ni a la que nos proporcionaban las estrellas más bonitas de cualquier noche. Me aprendí cada milímetro de su cara y el color café que se formaba en sus ojos; si me lo pedían, podía pintar el mismo color. Sus labios formaban una sonrisa que te alegraba el alma, algunas veces sugerente, aunque no fuera con esa intención. Me quedé mirando aquella noche que relucía desde la ventana, y a ella mientras dormía. Era la más bonita de todas aquellas estrellas