Aquel hombre viejo se asomaba todas las mañanas a la reja del palacio de la familia Tamberlón. Hoy era el último día del año y tenían preparado un gran banquete. Él vivía en una pequeña casa de adobe rodeada de más casas de adobe, todas colocadas sin orden sobre tierra y barro y que un viento fuerte podría derribar en cualquier momento. Después de pasar un buen rato observando a los ricos, el hombre, deprimido, volvía a su humilde morada y ofrecía a su familia la escasa comida que había podido conseguir.
El ambiente de su casa no podía ser más triste. Observaba sus siete hijos: todos delgados, la piel dejaba ver cada uno de los huesos de su cuerpo. Todos de pie alrededor de un gran puchero lleno de agua en el que metían el mismo trozo de carne durante días para posteriormente mojar el pan en ese caldo. Su mujer se dedicaba a confeccionar ropa para la familia con retales de tela que recogía de lo que deshechaban del palacio. Nunca desechaban la ropa entera, pues no podían permitir que el pueblo vistiera igual que ellos.
En el palacio se vivía de forma muy distinta. Los obesos hijos de la familia Tamberlón nunca habían pasado hambre, ni trabajado, ni peleado. Simplemente se dedicaban a jugar a la videoconsola, ver la televisión... Mientras sus padres robaban al resto del pueblo lo poco que tenían.
Aquel hombre viejo golpeó doce veces una sarten y sus hijos hicieron como que comían las uvas.
- "Feliz" 2140
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