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Sentíame paralizar los músculos cuando la maleza hacía acto de presencia. Mientras picaba carbón, el compañero abanicábame con la chaqueta inyectando ese aliento necesario para continuar arañando ese depreciado mineral de las entrañas de la mina. ¿Valió la pena vivir enterrado para que ahora, mi cuerpo afectado, apenas sea capaz de resistir el bendito aire purificado, que... me está matando?.
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