El otro día me levante con ojos de niño. Todo se había tornado mágico. La luz adquirió mil tonalidades, todas y cada una con significado en mi nuevo mundo. Los objetos que me rodeaban, antes aburridos, ahora me invitaban a fantasear un sinfín de aventuras con ellos. Me frote los ojos por si soñaba, sin resultado, y no pude contener la risa que me provocaba la situación. Una sensación de alegría se apoderaba de mí y no me dejaba mirar atrás, ni preguntarme el porqué de lo que ocurría.
El otro día salí de casa sin rumbo, despreocupado de mis obligaciones. Estas ahora me resultaban absurdas teniendo un mundo a mis pies por explorar.
El otro día vagué por las calles admirándolo todo, sonriéndole a todos con los que me cruzaba. Algunos iban deprisa y parecían no darse cuenta de nada, absortos en el pensamiento de sus quehaceres. Sus mundos hacía tiempo que habían dejado de ser algo extraordinario, sus miradas reflejaban indiferencia.
El otro día realmente desperté.
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