¿Dónde me encuentro?, torpemente palpo con mis manos heridas un muro. Recorro despacio y a ciegas esa pared y me lleva a una esquina que da con otra pared. Parece que estoy en una habitación, sin ventanas, sin llave de la luz, o por lo menos no la encuentro.
No tropiezo con nada, lo que deduzco es una habitación vacía. ¿Qué hago aquí?. No recuerdo como he llegado hasta este sitio. Intento hacer memoria y mi último recuerdo son mis lágrimas, mi tristeza, en una vida inútil.
Busco una puerta, pero por más veces que repase las paredes no la encuentro. ¿Es posible que no haya salida?.
Mi cansancio me vence y me acurruco en un rincón de la estancia. Estoy cansada y sin ganas de continuar buscando. Siento frio, que me cala en los huesos y en el alma, no tengo esperanzas. Cierro los ojos para seguir en una negrura espesa. Me rodeo con los brazos para mitigar esa sensación de soledad.
De pronto irrumpe en mi vacío un sonido fuerte, alguien golpea una de las paredes. Después se escucha una voz masculina, grave pero con ternura. Dice mi nombre, me está llamando. Contesto con mi voz apagada que no encuentro la salida. Se hace el silencio de nuevo, espero pero no ocurre nada. Entonces vuelvo a escuchar su voz desde otro ángulo de la habitación, como si la hubiera rodeado. Esta vez es más cercana, más nítida, me dice que yo tengo la llave de la puerta. ¿Qué puerta?, me pregunto. Quizás la oscuridad me impide ver la salida. Pongo más atención a mis sentidos, abro bien los ojos y vislumbro una luz lejana, como si se colara por alguna rendija. Me dirijo como una polilla directa a esa luz. Llego al final y mis manos se apoyan esta vez en una pared de madera. Vuelvo a palpar con cuidado para no perder detalle y confirmo mentalmente que se trata de una puerta. No tiene pomo, pero la luz sale por un agujero y miro a través de él.
La luz me ciega, es demasiado fuerte para mis pupilas acostumbradas a la oscuridad. Vuelvo a oir la voz, está al otro lado. Pero no escucho lo que dice, sólo oigo. Me esfuerzo y por fin entiendo lo que dice. Introduce la llave en la ranura. ¿Qué llave?, quiero saber. La que tienes colgada en tu corazón, me indica.
Llevo mis manos a mi corazón y descubro la llave. La llevo directamente a la ranura, pero no atino y se cae al suelo. Me desespero y trato de encontrarla a ciegas por el suelo. La voz sigue hablándome, pausadamente, tranquilizándome y me pide que lo intente de nuevo. Que no me dé por vencida.
Y eso hago, vuelvo a buscarla y en esta ocasión la encuentro, apresuradamente la llevo de nuevo a la abertura y la introduzco suavemente. La giro, con miedo pero con esperanza. La puerta cede y consigo empujarla.
Por fin he encontrado la salida y fuera me esperaba una vida plena.
Gracias amor, por ayudarme a encontrar la salida.
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