La Noche de Bodas

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Mi ahora marido y yo subimos a la habitación corriendo después de despedir a los pocos invitados que quedaban. Por fin había acabado todo el ajetreo de la boda y estábamos en el punto donde queríamos los dos, la noche de bodas.

 

Mi marido abrió la puerta del hotel de una patada y me metió a volandas en la habitación mientras yo le besuqueaba el cuello. De repente, él me soltó, me bajo al suelo, bajo la cremallera del vestido de novia cual resbaló y quedó colgado a mis pies dejándome vestida con la sexy ropa interior de la novias. Él me observó de arriba a abajo, noté como me comía con la mirada, sabía que era lo que deseaba, me excité, mis partes estaba comenzando a humedecer se.

 

Él me empujó y quedé allí sobre la cama tendida totalmente indefensa, pero muy caliente cada más y allí estaba él enfrente de mí enorme, alto, poderoso.

 

Vi como se iba desvistiendo lentamente como saboreando ese momento, yo quería tocarlo pero sorprendentemente no hacerlo aquello me ponía más.

 

Cuando solo le quedaban los calzoncillos se acercó a mí, con sus dientes mordió la liga y la arrancó, lanzándola al otro lado de la cama. No se quedó ahí subió y sus labios con él saboreando cada parte de mi cuerpo hasta que llegó a mi entrepierna, con cuidado me bajó las bragas e introdujo dos dedos dentro de mí.

 

–Vaya, sí que estás húmeda.

Métemela ya. – conseguí gemir.

–Lo siento aún no estás del todo, es nuestra noche especial, quiero empezar bien nuestra unión.

 

Sus dos dedos subieron bordeando mi ombligo, llegaron al sujetador, en ese momento me lo desabrochó, lo tiró a la otra punta de la habitación, se subió a horcajadas encima de mí (esta vez sin calzoncillos). Cubrió mis turgentes senos con sus grandes manos y jugueteó con mis duros pezones.

 

Yo no podía ver al tener los ojos cerrados por el deseo, pero notaba como restregaba su gran miembro entre mis pechos y como los estrujaba contra él.

 

–Por favor. – conseguí pronunciar entre gemido y gemido.

 

–Parece que mi chica se ha vuelto una rebelde y no quiere esperar, pues va a tener lo que quiere.

 

Totalmente de sorpresa, él mi dio la vuelta me puso a cuatro patas y me penetró de golpe, salvajemente, todavía con sus manos en mis pechos. Yo gemía de placer. Para no caerme me sujeté al tablero de la cama.

 

A cada envestida me sentía más cerca del cielo. Justo con su última envestida, llegó al clímax.

Él ya había llegado al orgasmo pero yo quería más, salió de dentro de mí, soltando también mis pechos. Cuando hube recuperado el aliento me di la vuelta, él estaba sentado con la piernas en el borde de la cama.

 

Me subía a horcajadas encima de él, ya no podía esperar más estaba muy húmeda. Lo tumbé encima de la cama. Una vez con él dentro empecé a subir primero despacio pero cada vez más rápido, él desde abajo comenzó a darme azotes.

 

Lo estaba cabalgando como nunca, pese a todo esta vez tampoco me dejó llegar al orgasmo. Con una rápida acrobacia, se colocó encima de mí, aprisionando me con sus dos muslos a ambos lados de mi cara, colocando, sin remedio, su miembro cerca de mi cara:

 

– ¡Chupa! Aun no es tu turno, cuando lo sea gozaras como una perra.

 

Abrí la boca obedientemente y el introdujo su pene. Utilicé mi lengua para estimular más su erección, como él había dicho quería gozar. Acaricié con mi lengua la punta de miembro.

Como había ocurrido antes, llegó al orgasmo, me tragué su semen y esperé impaciente mi recompensa.

 

Él cumplió su promesa, me coloqué en el centro de la cama con las piernas abiertas, esperando mi recompensa.

 

Mi sexo llevaba mucho tiempo empapado, me latía de emoción.

 

Y allí estaba él, esta vez algo en su mirada me hacía confiar que esta vez él no sería el único en llegar al orgasmo.

 

Se colocó entre mis piernas, se agarró al tablero y tan rápido como antes me penetró mientras el empujaba con fuerza contra mí. Yo me abracé a su musculoso pecho, lo rodeé con mis piernas y me subí a él aun con su pene dentro de mí.

 

Ahora la que subía y bajaba era yo, ya no le molestaba que fuera yo la que llevara el mando ya que mis pechos estaban a cada lado de su cara y le golpeaban cada vez que yo le me movía.

 

Una vez ahí, por fin, los dos llegamos al orgasmo.

 

Que fue el primero de muchos.


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