Caperucita no está roja
Por dsr
Enviado el 14/05/2014, clasificado en Adultos / eróticos
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Érase una vez una chica post adolescente, llamada caperucita, que vivía en una ciudad. Cierto día, mientras caperucita se daba el lote en el portal de su casa con uno de esos chicos malotes que tanto les gustan a las chicas refinadas como ella, su madre la llamó desde la ventana. Caperucita odiaba mucho a su madre, sobretodo cuando le cortaba el rollo cuando algún chico tenía la mano en su entrepierna y le frotaba donde y como a ella le gustaba. Así que disgustada, como era lo normal, Caperucita subió a su casa y su madre le dijo que tenía que ir a llevarle una cestita con dulces a su abuelita que vivía en un lejano bosque y estaba muy malita. Con semejante carga psicológica, Caperucita no pudo negarse a llevarle la cestita a su abuelita, ya que ella quería mucho a su abuelita, aunque solo fuera por que le daba dinero cada vez que iba a verla, dinero que luego se gastaba en botellones, drogas y preservativos que rara vez usaba para tirarse a chicos desconocidos en los baños de las discotecas mientras sus tetas bailaban al son de la música amortiguada del local.
Iba Caperucita tan alegre y contenta pensando en la orgia del fin de semana donde probó por primera vez eso de la puerta de atrás, escuchando a la Spears en su iPhone de última generación, que no se dio cuenta de todas las miradas amenazantes que salían de cada arbusto del espeso bosque. Miradas que la observaban con lascivia, ya que a esta Caperucita le gustaba mucho enseñar sus atributos al respetable siempre que podía e iba con un tremendo escotazo por el que de vez en cuando asomaba algún travieso pezón, hecho este que volvía locos a todos los animales del bosque que no podían hacer otra cosa que masturbarse después de verla pasar por que las penas por mantener relaciones zoofílicas eran castigadas en aquel estado con multas muy altas.
Mientras tanto, el malvado lobo, que en verdad no era tan malvado, solo le gustaba ir a su bola sin seguir las reglas, conducir su Harley con su chupa de cuero y aullar a la luna de vez en cuando, penetró en la casa de la abuelita de caperucita mientras la dulce abuelita se había dado el piro a Benidorm con un viaje del Imserso para no tener que darle a su nieta media paga por ir a llevarle las magdalenas que le sobraban a su hija del desayuno. El lobo buscó y olisqueó por toda la casa, comió algo de la comida del perro, por que por muy guay que se creyese, seguía siendo un animal que caminaba a cuatro patas, y luego cogió una cerveza y se sentó a ver a los Indian´s de Cleveland intentar ganar a los Yankees. Entonces escuchó una dulce voz en el bosque y fue a mirar por la ventana. El lobo se quedó babeando al ver a esa pequeña chica rubia con coletas que a cada salto que daba dejaba ver su rasurada entrepierna. Al lobo se le puso dura de inmediato, aún así tuvo el suficiente temple para coger las ropas de la abuelita y ponérselas.
Se quedó un rato mirándose en el espejo para ver que tal le quedaba el camisón y descubrió, para su propio asombro, que le gustaba como le quedaba la prenda femenina. Temió estar volviéndose un poco mariposón, pero se metió en la cama y espero a Caperucita.
Caperucita pasó sin llamar, es lo que tiene la confianza, y se dirigió a la cama de su abuelita.
- Hola, abuelita. ¿Qué tal estás? - dijo caperucita.
- Estoy muy malita, querida - dijo el lobo poniendo toda la voz amariconada que pudo.
- Vaya orejas tan grandes tienes, abuelita. - dijo Caperucita que no es que no supiese distinguir un animal de una persona, es que no se había puesto las lentillas esa mañana.
- Son para oírte mejor, querida.
- Vaya ojos tan grandes tienes, abuelita.
- Son para verte mejor, querida.
- Vaya el pelo que te ha crecido, abuelita.
- Es que la de la depilación láser no viene hasta la semana que viene, querida.
- Vaya boca y lengua tan grande y babeante tienes, abuelita.
- Son para comértelo mejor, querida.
- Ah... ¿Y ese bulto tan enorme que te está creciendo ahí abajo, abuelita?
- Es para que goces mejorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr.
Y entonces, el lobo, imposible de controlar por mas tiempo sus ansias de mojar el churro, saltó sobre Caperucita y de dos zarpazos la dejó como su madre la trajo al mundo. Al ver el cuerpazo diez de Caperucita, creado a base de tratamientos estéticos pagados gracias a ejercer la prostitución alguna que otra vez en su barrio, al lobo casi le dio un gatillazo. Pero antes de que eso pasase, agarró a Caperucita y, arrojándola sobre la cama, le metió su enorme verga de veintiuno por cinco, con lo que a la pobre Caperucita, que a pesar de haber probado previamente la doble penetración en la fiesta de cumpleaños de algún compañero de instituto, le dolió tanto que tuvo que gritar como una posesa. El lobo la empezó a penetrar tan salvajemente que las patas de la cama cedieron y rodaron por el suelo. Entonces Caperucita se quedó encima del lobo y, en vez de reprenderlo e intentar resistirse, empezó a hacerle la danza del vientre ante la expectativa de hacérselo, por primera vez en su vida (aunque tampoco se sabe a ciencia cierta), con un animal. El lobo, que al ver que la inocente Caperucita era mas bien una zorra salvaje (con lo que pensó que en el juicio por zoofilia podría caber la posibilidad de considerar a Caperucita un animal), aulló en pleno día al temer que fuera posible que, de los tremendos meneos, le partiera el pito. De ese modo Caperucita, no conociéndose a si misma, araño, mordió y pegó al lobo ante la impotencia del pobre lobito que, acongojado como estaba, decidió correrse dentro de la bella Caperucita para no ser apaleado como un misero animal durante más tiempo.
Después del quinto polvo, el lobo quedó tan exhausto que ni los dulces que la mamá de Caperucita había hecho para la abuelita pudieron resucitarlo mientras que caperucita se liaba un porro totalmente desnuda a la espera de que el lobo recuperase fuerzas de nuevo. Pero el lobo, que era muy astuto, alegó que tenía una cita con el dentista y se marchó de casa de la abuelita con algo de semen en sus huevos para poder echarle el último a su novia la loba y que ésta no se percatase de que su querido lobo había vuelto a las andadas.
- ¿Me llamarás? - le preguntó Caperucita al lobo en la puerta de la casa de su abuelita.
- ... Claro. - dijo el lobo mientras montaba en su Harley y salía a toda pastilla del bosque.
La cachonda Caperucita se quedó tremendamente decepcionada por que sabía que el lobo no la llamaría, pero se animó al ver a todos los animales del bosque haciendo cola ante la casa de su abuelita para afilar sus lápices, cosa que animó a Caperucita y les dejó entrar de cinco en cinco por que tenía prisa ya que su madre le había dicho que volviese antes de que anocheciera.
Y colorín colorado, este cuento ha mojado.
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