Mi rostro me miraba con expectación, las finas arrugas acentuaban mis rasgos tornándolos toscos y mi piel era casi traslúcida; miles de manchitas color café con leche adornaban mis mejillas y los ojos, agotados de haber visto tanto, de haber vivido largos años observándolo todo, permanecían ausentes y con una leve cortina blanca que hacía que el contorno de los objetos se viera borroso, desdibujado. El cristal del espejo mugriento y empañado por la reciente ducha mostraba un reflejo impreciso, fantasmal incluso.
Me dirigí a mi pequeño dormitorio para vestirme con un fino vestido de verano a pesar de que en la casa reinaba un frío polar que helaba hasta los huesos. Después de haberme cepillado el ralo y canoso cabello que me quedaba fui a la cocina para prepararme una de esas sopas de paquete con aquel insípido sabor a los artificios y conservantes que utilizaban para hacerlas, coloqué un individual en la mesa y un solitario vaso lleno de agua con una leve tonalidad marrón ya que las cañerías estaban sucias y medio podridas. Mientras revolvía la sopa mi mente quedó completamente en blanco, algo muy extraño ya que siempre los recuerdos me azotaban con una dureza inquebrantable. Cuando me di la vuelta para llevar la sopa a la mesa me sorprendió el ver a un hombre sentado justo al lado de mi lugar, el plato resbaló de mis manos y se despedazó en el suelo lentamente, salpicando el caliente contenido en mis pies desnudos; mi escasa visión periférica notó que el reloj había dejado de funcionar a pesar de que hacía dos días le había cambiado las baterías. Sus manos se movieron hasta mi silla y la corrieron, dejándome un espacio para sentarme. A pesar de estar completamente desconcertada no estaba asustada, por lo que acepté su silencioso ofrecimiento y me senté a su lado.
Su expresión mostraba una leve sonrisa maliciosa y sus ojos, a pesar de estar rodeados de una piel tersa e inmaculada, denotaban una sabiduría infinita. Alzó su mirada y la dirigió a mi rostro.
- Ya has vivido demasiado ¿No crees?
Su pregunta me desconcertó. La verdad es que había tenido una larga vida y su final se estaba volviendo más largo aún ya que parecía nunca terminar; los días pasaban tediosos, con cada minuto como un año entero; esperando la noche para dormir, pero al no gastar las escasas energías que le quedaban a mi cuerpo, mis ojos no se cerraban hasta que el Sol anunciaba su llegada con tenues rayos iluminando mi ventana. Mis pensamientos me regresaban a un pasado doloroso y me obligaban a rememorarlo todo con horrorosa exactitud. Mientras procesaba este complejo razonamiento para mi desgastado cerebro el hombre permanecía sereno y paciente esperando a mi respuesta.
- Supongo que sí. murmuré. Su sonrisa se amplió y entrelazó sus dedos sobre la mesa.
- Pues qué estás esperando entonces, sígueme.
Se levantó y encaminó su enorme cuerpo hacia la puerta de entrada. No se dio la vuelta para ver si lo seguía, pero no hacía falta, él sabía que no tenía opción.
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