Sexo prohibido...en un tren

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Estaba sentada, en la cabina de un tren dirección a Madrid, sus piernas morenas por el sol del verano, jóvenes y bien torneadas, escasamente cubiertas por una corta falda, que en el transcurso del monótono viaje, se iba deslizando hacia arriba permitiendo contemplar el triangulo de su pequeña braguita blanca, Ana que así se llamaba, iba a Madrid a reunirse con Federico su novio, en compañía de su madre, que dormitaba en una esquina del camarote.
 
Habíamos estado hablando largo rato del verano y del futuro de Ana, ya que iba para arreglar el piso en el cual vivir después de la boda, cenamos unos bocadillos en el camarote, continuando la conversación con las dos. La charla en todo momento fue de afecto y con muchas risas de las anécdotas del verano, mas tarde a nuestro paso por Lleida, aun faltaban seis horas de viaje, le pregunte a Ana si le apetecía tomar algo fresco, el calor de final de verano era asfixiante, accedió mientras su madre seguía dormida placidamente. Andaba delante de mí por el pasillo dirección al coche restaurante, con los vaivenes del tren iba de lado a lado, y cada vez que se tambaleaba reía como una niña, yo la sujetaba por la cintura para que no cayera y continuaba riendo.

 

Esto paso un par de veces, y en una de ellas antes de llegar a la puerta del coche restaurante, al sujetarla atraje su cuerpo hacia el mío, sintiendo la dureza de su cuerpo totalmente pegado al mío, nos detuvimos unos segundos sin movernos totalmente pegados, sintiendo nuestros cuerpos, su palpitación y su acaloramiento, igual que los míos eran evidentes, se giro hacia mi y recostando su espalda, nos quedamos mirando los dos, mil cosas pasaban por mi mente, de lo hermosa que la veía mi excitación iba en aumento, ella unida a mi jadeando y acalorada del deseo, me echo sus brazos al cuello ofreciéndome sus labios, los cuales calidos ardientes y rojos como un higo abierto, me atrajeron sin remedio.

 

Besos de juventud ardientes, irreflexivos, entregando todo…La sangre y la pasión pudieron más que nosotros, nuestro deseo fue incontrolable, me susurro al oído, coge un par de latas de refresco y nos encerramos en el lavabo, ella dándome un fuerte beso me dijo que lo estaba deseando hacer desde hacia rato.

 

Creo que fue la compra más rápida de mi vida, con las latas en una mano, con la otra en la cintura de Ana recorrimos el camino andado, para refugiarnos en el lavabo. entramos y bebimos sedientos por el calor sofocante del verano y el estado de ardor de nuestros cuerpos, con dieciocho años, mis ansias de besar de jugar con su lengua eran intensas, nunca en mi corta vida mis labios y lengua  habían jugado tanto, pero sus besos eran deliciosos su lengua maestra en el arte de besar, succionar y mordisquear, esto y el movimiento de nuestras manos tocando las partes mas deseadas de nuestro cuerpo, nos condujo a desnudarnos con autentica pasión, yo había sucumbido ya del éxtasis, ella se sentó y abriendo sus piernas me pidió que lamiera su libidinoso sexo, yo ante semejante belleza sucumbí y agachado la disfrute, la estuve disfrutando incansable, Ana iba gozando una tras otra todas las culminaciones, divinos esos 21 años. Cuando mi lengua casi insensible de tanto trabajar paro. Ana exhausta, desmadejada, sin levantarse, me dijo que me sentara, postrándose ahora ella de rodillas,  estuvo succionando hasta que mi escasa resistencia cedió en un nuevo e intenso clímax.

 

Bebimos de nuestros refrescos, besándonos a continuación, como si fuera la primera vez, y sentándose sobre de mi, me cabalgo con fuerza, fue brutal su entrega, otra vez nuestra lujuria se cebo en nuestros jóvenes cuerpos, cargados de deseo, porque estuvimos varias horas cabalgando, hasta que extenuados nuestros cuerpos dejaron de moverse, y besos, más besos, de gratitud, de cariño, de pasión y sobre todo besos de lujuria sexuales…perdimos la cabeza….

 

A nuestro regreso, su mama seguía en los brazos de Morfeo y nosotros estuvimos horas y mas horas hablando en el pasillo, hasta la triste llegada a Madrid, allí de pie se encontraba esperando, su novio Federico, era mi hermano mayor.

 


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