Sábado. Día en que mi madre tiene la esperada reunión de oración con el grupo de religiosas mujeres de la comunidad. Todas cumplen siempre el mismo recorrido: iglesia a confesarse y después a una reunión de amigas donde hacen oración y, claro, critican a su antojo.
Este sábado mi madre me ha pedido que la acompañe a la iglesia, ayer pasé toda la tarde con mi novio y parece que adivina todo lo que pasó... quiere que me confiese. Es fácil complacerla, el sacerdote es un hombre bastante atractivo, de unos 40 años aproximadamente (20 mas que yo), alto, atlético y voz de poeta.
-Al final, cuando todas se hayan confesado pasas tú- me indicó, para que les permitiera llegar a tiempo a su reunión.
Sólo asentí con la cabeza.
Todas se han ido, me encuentro postrada en el confesionario, el sacerdote indica el inicio de la confesión: -"ave maría purísima".
-"Sin pecado concebida padre"-. -"Dime tus pecados hija"-.
-Todo comenzó la tarde de ayer, mi novio me invitó a su casa a ver películas. Como sus padres no estaban decidimos ver películas eróticas, queríamos experimentar algo nuevo. Disfrutamos de un sucio pero apasionado sexo a través de la pantalla, comenzamos comiendo palomitas pero por el tono de las imágenes nos fue imposible seguir consumiéndolas. Al poco tiempo ambos sentimos la necesidad de sentirnos y de experimentar las mismas imágenes, como si fueran indicaciones y tuviéramos que seguirlas al pie de la letra, comenzamos con sexo oral... sus manos recorrieron mis piernas para subir poco a poco la ajustada falda de mezclilla que traía puesta, con rapidez logró estar en mi entre pierna buscando la forma de sacar mi calzón, no dejó pasar mucho tiempo cuando su lengua ya estaba tocando mi interior, mi humedad era suficiente para ser penetrada pero su lengua era tan ágil que no daba espacio para algo más... pronto comenzó a meter sus dedos en mi vagina, sus movimientos me volvieron loca, padre.-
Recordando la escena ya estaba humedeciéndome otra vez, pero la tenue voz del sacerdote interrumpió mi relato.
-Estás arrepentida de lo que hiciste hija?- preguntó rápidamente.
-No-
-¿Y cómo te sientes ahora?-. Dudé en responder pero finalmente lo hice.
-Estoy muy excitada padre, recordar la escena me hizo estremecer y humedecer mi sexo-.
Un silencio de no poco más de 1 minuto se apoderó del confesionario.
-Espera un poco, ya es hora de cerrar el templo-. Dijo el sacerdote aclarando que regresaría para terminar la confesión.
A los pocos minutos se abrió la puerta del confesionario donde estaba yo, hincada con la falda enrollada hacia arriba, casi a la cintura.
-Ven, terminemos la confesión en un lugar más relajante-, dijo el sacerdote extendiendo su mano.
Tomé su mano, caminamos hacia la puerta trasera del altar, recorrimos un largo pasillo que nos llevó al patio del templo y al final estaba una puerta.
-Ésa es mi recámara, dijo el sacerdote con mucha seriedad. - ¿quieres entrar ahí y terminar de confesarte?-
-Sí- dije tranquila.
Al entrar, el sacerdote cerró la puerta con llave, sacó una botella y la colocó en la hielera, puso una música suave y se volteó.
- Las manos del sacerdote comenzaron a recorrer mis piernas, en menos tiempo del que tardé en excitarme con mi novio, yo ya estaba húmeda y muy caliente, la lengua del sacerdote era aún más hábil que la de mi habitual amante, sin embargo ahí sí había espacio para usar lengua y manos al mismo tiempo.
-Hasta aquí iba tu confesión dijo el sacerdote.
-Después de eso hicimos el amor muchas veces, experimentamos varias posiciones y llegué al orgasmo muchas más, pero... con usted no quiero hacer el amor, sólo quiero una sesión de sexo desenfrenado que me demuestre que usted es un hombre de carne y hueso, que me haga sentir más que mi novio, que me haga desbordar todo la pasión que tengo dentro de mi.- dije sin remordimientos.
Fue entonces cuando le dije. - Padre hágame suya, quiero sexo, quiero sentirlo, quiero que penetre su sexo hasta el fondo de mi vagina.-
Rápidamente el sacerdote se despojó de toda su ropa y comenzó a recorrer todo mi cuerpo con sus labios, poco a poco me di la oportunidad de tocarlo, su piel era suave y blanca, tan fina como la de un bebé; antes de que me penetrara no iba a perder la oportunidad de tocarlo y conocer el tamaño de su sexo, imaginar la capacidad que tendría para hacerme disfrutar de esa "confesión"...
Su pene era enorme, estaba muy húmedo, duro y listo para penetrarme, pero me adelanté. Primero lo introduje todo a mi boca, pude sentir su lubricación entre mis labios, sin mucho esfuerzo hice que entrara hasta mi garganta una y otra vez, estaba además, muy caliente. Los gemidos de mi confesor me hicieron excitarme aún más.
-Métemela toda, quiero sentirla.- dije sin titubear.
En ese momento sentí como su sexo taladraba dentro de mí como jamás lo habían hecho antes, rápidamente sentí cómo mi cuerpo se paralizó, mi respiración se detuvo por un momento y mi humedad salió disparada hasta mojar todo su pene. En ese momento le pedí que me dejara subirme, quería sentir más adentro su pene, quería buscar yo el siguiente orgasmo. Rápido ya estaba montada en él, su pene estaba dentro y era todo mío. Sus manos no tardaron en tocar mis senos y chuparlos a su antojo mientras yo comenzaba a moverme... de adelante hacia atrás, de arriba a abajo, su pene era maravilloso y mi humedad salía cada vez con más frecuencia y en más cantidad que ni siquiera pudiera imaginar que sería necesario lubricar artificialmente. Nuevamente mi respiración se detuvo, un grito desesperado salió de mí y un orgasmo se apoderó de mis sentidos. Había terminado. Pero él... aún no tenía llene.
Rápidamente me colocó de espaldas, me hizo hincarme y ponerme en "4 patas" con una agilidad inimaginable el sacerdote penetró fuertemente mi vagina desde atrás, golpeó mis nalgas con sus palmas y gritó.-Ahora sí, dime hasta donde es tu pecado, dímelo.-
En ese momento grité desesperada, ya no podía más, sentí cómo salió rápidamente y su semen se derramó en mi espalda y nalgas; pero mi orgasmo me hizo perderme en mí misma, sentí cómo no alcanzaba a respirar y mi cuerpo no respondía a mis movimientos. Por un momento pensé que había perdido el sentido hasta que los labios del sacerdote, de mi confesor me hicieron despertar, el largo orgasmo había terminado y yo, yo estaba feliz y satisfecha.
Una copa de vino tinto mientras mis sentidos despertaban. Él se vistió rápidamente y se hincó. Imité la escena y cuando estaba hincada frente a él dijo las últimas palabras de aquél encuentro.
-Yo te absuelvo de tus pecados, la penitencia la has cumplido, puedes ir en paz y seguir con tu vida.
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