La modorra hacía que su mente se aletargase dejando que poco a poco fuesen cayendo los muros de la consciencia.
Él, recostado a su lado, acariciaba su cabeza con delicadeza.
-¿Sabes que me apetece?-murmuro, moviendo su cabeza con delicadeza, tratando de amoldar el pecho que le servía de almohada.
-Dime murmuro él con suavidad, dejado que sus miradas cómplices, se fundiesen a mitad del camino entre la eternidad y el deseo.
-Me apetece que me cuentes un cuento para dormir.
-Como desees.
Erase una vez, un joven que siguiendo a su corazón partió en busca del amor verdadero. Un amor tan puro, tan intenso que el tiempo jamás pudiese borrar.
Así pues lo primero que hizo fue pedir consejo al más anciano,un asceta ciego y solitario, pues entendía que en su madurez, debían haber acumulado tantas experiencias, que alguna le serviría de guía.
-Buen anciano, vengo ante vos en busca del amor, ¿podríais aconsejarme?
-Noble joven, si buscáis el amor, antes debéis tener en cuenta, que clase de amor deseáis obtener, pues el hombre tiende en frecuentes ocasiones a confundir deseo con amor.
-Yo busco el amor verdadero, el más puro. Uno que no hable de materialismo, ni poder, uno que no hable de sumisión, ni yugo.
-Sólo en Dios encontrarás lo que buscas, ve pues al templo póstrate y recibe su calor en todo tu cuerpo.
El joven sin dudarlo se dirigió al templo, y obstinado por lograr su objetivo tomo los hábitos y se entregó al amor de Dios.
Pasó el tiempo y aunque el joven ponía todo su empeño en amar a Dios, no podía sentir en su cuerpo más que la desazón, pues el amor que el buscaba, además de incondicional debía ser correspondido. Tras mucho meditar decidió abandonar y despidiéndose de sus compañeros partió de nuevo a buscar su tan anhelado amor verdadero.
Sentado cerca de una acequia donde se había detenido a reponer fuerzas, se le acercó un anciano.
-Buen joven, parecéis hombre de bien, recto y bondadoso, ¿podrías compartir un poco de vuestro alimento conmigo?
-Por supuesto anciano, sentaos a mi vera, disfrutar de mis escasos pero nutritivos manjares y acompañémoslos con el agua que sabiamente Dios ha puesto en nuestro camino.
-Decidme que hace un joven como vos por estas tierras, tan lejanas como infructuosas para que un hombre pueda ganarse el pan.
-No busco trabajo, anciano, busco el amor. Vago por esta tierra tratando de encontrar el amor puro, pero ha de ser un amor en el que pueda verme recompensado e inmortalizado.
-Pues lo que buscáis yo lo conozco bien
-Decidme pues bondadoso anciano, donde puedo encontrar ese amor.
-En la Patria, lo encontrareis. Si os entregáis a ella como yo hice, si le entregáis vuestro amor, recibiréis a cambio la grandeza, la inmortalidad y el cariño de vuestros compatriotas. Se os colmaran de recompensas que sirvan para que todo el que con vos se cruce, sepa que no hay mayor entrega ni amor que el que vosotros dais.
-Pues si así es, parto ahora mismo, pues mi empeño y determinación es tal que mis huesos aunque molidos por el duro viaje, no pueden reposar quietos sabiéndose tan cerca de conseguir el propósito de mi existencia.
Así pues el joven se alisto, sirvió fielmente a la Patria, le juró entregarle hasta la última gota de su sangre. La Petria envió al joven a la guerra, allí combatió duramente por defender los colores que portaban el engalanado estandarte de su amada, allí peleo hasta caer extenuado, en el más puro acto de amor. Su pecho se cubrió de doradas medallas, cada una, un beso que su amada le entregaba por su sacrificio.
Pero este amor, en vez de henchirlo, cada vez lo vaciaba más. Se sentía como un odre de vino, hecho con el pellejo de un carnero, que mal rematado dejaba escapar lenta pero inexorablemente su vida por las costuras.
Cansado y frustrado decidió abandonar ta y continuar su camino sin saber muy bien adonde.
Perdida toda esperanza llegó hasta un pequeño pueblo donde decidió quedarse con el propósito de reponer sus maltrechas heridas más dolorosas si cabe en el alma que en el cuerpo.
Allí asentado, comenzó a entonar una lastimera canción relatando su infructuosa búsqueda del amor.
Diose la casualidad, de que por allí pasaba una hermosa mujer, que dejando sentir en su alma aquellas dulces palabras llenas de culpa, decidió acercarse a contemplar a quien las entonaba.
-Decidme caballero, de quien son tan bellas como tristes melodías que os oigo entonar.
-Bella dama, mías son, más bellas yo no las llamaría, pues solo reflejan la desdicha y la desazón que recorre el alma de quien os las canta.
-Decidme pues, ¿Cómo un hombre como vos acumuláis en vuestro interior tanta desdicha y desesperación?
-En mi vida, mi señora, no he buscado en el mundo otra cosa que no sea el amor verdadero, y tras entregarme en cuerpo y alma a Dios y a la Patria, quien como una amante caprichosa, me devoró tal y como Saturno hizo a sus hijos.
-Pobre hombre eres, pues si lo que buscas es amor, y no has preguntado jamás a una mujer como hallarlo. No busques amor en templos de piedra, no busque amor en el honor de los hombres , busca el amor en la sencillez de cada día y descubrirás, que como un perro fiel, se ha mantenido siempre a vuestra carón, tan sólo debéis agacharos para poder acariciar su lomo.
-Para vos, es fácil decirlo. Sois bella y adinerada, poseeréis mil pretendientes que puedan colmar vuestra pasión y entregaros todo su amor pues saben bien que serán correspondidos, y que de vuestros pechos manará la ambrosía que les lleve hasta la inmortalidad. Pero para mí, hay pobre de mí, en mi búsqueda he lapidado todo cuanto poseía, en mi entrega he liquidado todas mis haciendas. Ahora ya nada me queda.
-Decidme pues ¿qué tenéis en vuestras alforjas?, ¿qué podéis entregarme a cambio de que os muerte el amor verdadero?.
-Sólo me queda mi voz, tan sólo mis versos, tan solo mi alma rota por el desengaño.
-Dádmela pues, que yo la acepto como pago, y acercar vuestro oído para que os pueda susurrar el secreto por el que desesperáis.
Acerco suavemente su odio, y tras los primeros murmullos de una dulce garganta, se alegraron sus ojos, se tensaron sus labios en una sonrisa y se unieron los desvencijados trozos de su alma rota devolviéndole el esplendor de su juventud.
Desde entonces se susurran bellos poemas e historias, llenas de anhelos, de sueños y de promesas eternas.
Aun hoy, son muchos los que afirman que si te adentras por el citado bosque, si te mantienes en silencio, podrás escuchar un leve susurro, un cálido gemido ahogado en la espesura. Son la bella dama y el caballero, que inmortales, siguen susurrándose su amor para toda la eternidad ."
Guardo silencio al verla dulcemente dormida, con una sonrisa petrificada en sus labios y cerrando él también los ojos le murmuró justo antes de caer también plácidamente dormido.
-Duerme Chiquita, duerme, sueña sólo cosas bonitas, sueña con días hermosos, sueña con jardines en flor, sueña con una vida plena, sueña con los susurros de mi voz.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales