¡Viva España! Segunda Parte

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Había pasado un año. Esa comida era un aniversario. El hombre que estaba en esa mesa no era ni el marido de la señora, ni el padre de las niñas. Es más, no tenía ningún parentesco con esas personas. Hacía ya un año que había ocurrido y allí estaban recordándolo.

Esa mujer lloraba por su marido ya muerto. Se casó con él muy enamorada. Tuvieron sus dos preciosas hijas. Hubo un tiempo en que fue muy feliz. Tuvo todo lo que ella había deseado. Una familia y un hogar. ¿La pena? La pena fue que el hogar estaba hipotecado. Su marido tuvo un negocio y como, otros muchos, se vio obligado a cerrarlo por la crisis. Fueron tirando de ahorros. La mujer hacía pequeños trabajos muy mal pagados y no era suficiente. Después la familia también intentó ayudarlos pero era difícil para todos. Decidieron hablar con el banco para ver alguna forma de pagar menos por las deudas que había dejado el taller y por la hipoteca. Nadie les escuchó por lo que se vieron obligados a suplicar.

El hombre que estaba sentado con ellas era un trabajador del banco. Él había gestionado el crédito para intentar salvar el taller del difunto. Evidentemente, acudieron a él como última esperanza. El hombre les dijo que lo firmado era un contrato legal y que había que pagar.

Pasaron los meses y llegaron las cartas que más temían. Les iban a desahuciar. Ya no podían hacer nada y nadie les iba a ayudar. Algunos vecinos se pusieron en contacto con la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca) para consultarles acerca de ese terrible suceso que iba a ocurrirles a una familia que siempre había sido honrada, humilde y un ejemplo para todo el mundo.

El día llegó. Vecinos, familiares y activistas ocuparon toda la entrada de la casa queriendo evitar en un último esfuerzo que les echaran. No fue posible. No se pudo suspender. ¿Lo peor? Lo peor fue que estaban obligados a pagar cuando ya no tenían nada.

La mujer lloraba en el restaurante de rabia y de impotencia. El hombre que había trabajado en el banco, que había dimitido de ese mismo banco hacía justo un año, las acompañaba por culpabilidad.

Hacía justo un año que el marido de esa señora y el padre de esas niñas había invadido una propiedad privada (de un banco), lo que era su antigua casa. Hacía justo un año que había colgado una soga desde el balaustre de la antigua escalera de su antigua casa. Hacía justo un año que se había suicidado.

Todos se estremecieron en la cocina. La cocinera incluso se echó a llorar. Ninguno sabía nada y se quedaron todos durante unos segundos boquiabiertos, mirándose unos a otros mientras en una de las freidoras se quemaban unas empanadas. El Culebra voceó a la cocinera. Le dijo que estuviera un poco más atenta y después se acercó al camarero. Le dijo que necesitaba hablar con él. Parecía que había llegado el momento de otro gran despido. Lo apartó hacia el almacén. La mirada del encargado era muy diferente. Se parecía a la de un niño apunto de hacer un puchero. Le puso la mano sobre el hombro y le dijo: “Vete a casa y descansa. No vengas a dar las cenas que ya me ocupo yo. Ultimamente has trabajado duro y tienes que estar cansado. Además mañana es domingo y va a ver jaleo. Ya sabes que esto sin tí no funciona que no me veo yo diciendole a un alemán o a un inglés ni plis ni jelou ni pollas. ¡Qué aprendan castellano!¡Coño! Y a ver si mejora la situación y podemos hacerte de una vez un contrato. Lo siento mucho chaval.”


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