Anoche me llamaste. No sabía que eras tú hasta que escuché tu voz. De inmediato te evoqué, te añoré, te deseé. Con el primer hola te quise cerca. Con mi hola lo supiste y me seguiste el juego. Sin pensarlo estaba en el lugar de siempre golpeando esa puerta metálica con mi llave como siempre. Al abrir la puerta tu mirada fue diciente, sensual, abierta. Franca. Llevabas días deseándome y ya se te notaba.
Entré, cerré la puerta a mi espalda y no esperaste. Ese beso pronosticaba la tormenta que minutos después viviríamos. Ese beso profundo y ansioso. Tu lengua dulce me embriagó y el primer gemido llegó a tus oídos como esa música hipnótica que te es imposible desobedecer. Tenías mi cabeza con tus dos manos y al escuchar el segundo gemido, casi al tiempo que el primero, agarraste mi cabello para asegurar que mi boca no escapara a la exploración efusiva de tu lengua mientras con la otra mano me sujetaste hacia ti. Desde la nuca fuiste bajando por la espalda y llegaste a mi grupa. Con firmeza me llevaste hacia tu enorme pene erecto notorio aún con el pantalón como cárcel.
Me excité más y volví a gemir. Sé cuánto te excitan mis gemidos. Me lo has dicho mil veces. Tomaste mi mano, la que estaba en tus nalgas, y la llevaste hacia tu miembro aún atrapado entre el bóxer. El pantalón ya estaba en el suelo y yo tan mojada que no podía evitar el aroma que tanto te atrae. Bajé tu bóxer y esa verga monumental me dio un primer orgasmo sólo de recordarla penetrando mis entrañas.
Entonces me giraste para acariciar mis senos y poder meter tu añorada mano entre mi pantalón. Tus dedos traviesos no perdieron tiempo e invadieron mi sexo con avidez. Frotaron, halaron, se mojaron y penetraron de a uno. Gemí de nuevo y ya mi pantalón estaba en el suelo también. Con habilidad de acróbata bajaste y besaste mis nalgas, las palmeaste y gemí más fuerte. Buscaste mi vagina y tu lengua furtiva la saboreó, la lamió, la penetró.
Ya no aguanté y me desnudé de la cintura hacia abajo, completa. Con un giro hábil quedamos frente a frente y bajé. Quería lamer tu falo. Quería comérmelo. Comencé a lamer, a chupar, a mamar y tu éxtasis fue generoso. Fuimos a tu habitación y allí terminamos de desnudarnos. Me recostaste sobre la cama de un empujón y me vine por segunda vez. Dulcemente te recostaste a mi lado y me besaste de nuevo. En un segundo el calor aumentó al máximo y ya éramos dos quienes gemíamos. Bajaste por el cuello, los senos, el ombligo y finalmente encontraste mi sexo dispuesto para lo que tú quisieras. Mientras me lamías te masturbabas y yo me complacía deseando lo que llegaría pronto.
-Dame tu verga- te dije y tú, deseoso, obedeciste. - ¿Así?- preguntaste metiendo poco a poco ese falo palpitante y caliente entre mi vagina ávida de ti. Me torturaste un momento, yendo despacio, muy lento, muy suave. Enloquecí y te pedí más. Me torturaste y volviste a chupar mi clítoris erecto y sensible. Imposible resistir. ¡Dámela ahora!- te ordené entre jadeos y en el segundo justo en que cerré mis ojos sentí que me la clavaste sin piedad.
-Mmmm Aaaaaahhh- - síiiiii, asíiiii- .. y me penetraste un momento. Despacio profundo. Mis manos jugueteaban con mis senos y mi clítoris. Sé que te gusta. Sé que te encanta verme a tu merced. Ahora yo quería dominar.
Te recosté de espaldas y comencé a besarte de pies a cabeza. Volví a tu pene y lo chupé sin detenerme. Me voy a venir y no quiero!- jadeaste. Me detuve entonces y me posé sobre ti. Abrí mis piernas como te gusta y me clavé tu gran falo. Lo devoré, me lo comía entero cada vez que subía y bajaba. Cada vez que te cabalgaba, -Mmmmmm ¿Te gusta?... ¿Así?... Aaaaaahhhh!
Comenzamos desenfrenadamente a movernos, la penetración se hizo cada vez más profunda y deliciosa, la velocidad aumentó y mis gemidos fueron gritos de inmenso placer. Te excitabas más y tus embates fueron más agresivos. Síiii asíiii asíiiii aaaaaahhhhhh- Aaaaagggghhhhh!-
Hiciste que llegara dos veces durante esos embates y finalmente, cuando lograste explotar, provocaste un último orgasmo. Ese que te hace desear nuestro próximo encuentro.
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