Bailarines III. (gay)

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Sentir sus manos sobre mí me excitaba cada vez más, comenzaba a marcarse mi bulto sobre mis mallas, a la vista de todos.

Me trataba como a una princesa. Me movía con delicadeza y me hacía sentir seguro en sus brazos. Deslizaba sus dedos sobre mi torso y mis piernas. Con cada roce refirmaba nuestro amor secreto. Verlo en su leotardo, sus zapatillas y sus mallas negras me encantaba, a pesar de solo poderlo apreciar por unos pocos segundos, después de todo, estábamos montando un baile. No es común que dos hombres bailen juntos un pas de deaux, pero nos complementábamos tan bien que la maestra aceptó.

Me levantó en el aire y me sostuvo de las costillas y la pierna. Mi pene crecía y crecía dentro de mis mallas blancas, por suerte era la última pieza de la canción. Terminó y toda la clase quedó asombrada, nos aplaudieron por lo bien que nos veíamos juntos, por la perfección de nuestros movimientos, por cómo nos hacíamos uno en la coreografía.

-¡Bravo! ¡Bravísimo!-dijo la maestra- Se ve que han estado ensayando después de clase.

-Claro-respondimos al unísono, aunque hacíamos más que solo practicar la coreografía. Gabriel se había convertido en una adicción para mí, y yo para él en las últimas semanas.

-Pues no dejen de hacerlo, tenemos una semana antes de la presentación y todo va muy bien para dejarlo a la mitad. ¿Creen que podrían quedarse ustedes dos hoy un poco más tarde? Necesito pulir unas cuantas cosas.

-Sí, por mí no hay problema-dijo Gabriel, guiñándome un ojo.

-Por mí tampoco-respondí sonriéndole discretamente.

-Perfecto entonces. Ahora sigamos…

La clase continuó durante una hora más. Cuando terminó, las chicas tomaron sus cosas y se despidieron de la maestra. Al final solo estuvimos los tres, ensayando una tras otra vez. Por supuesto a mí no me molestaba. Sentir a Gabriel cerca de mí, con esa sensualidad y esa energía hacía que mi corazón brincara como loco.

De pronto el celular de la maestra sonó, intercambió unas palabras y colgó. Se veía enojada.

-Lo siento mucho, chicos, tengo que irme rápido. ¿Podrán quedarse la próxima clase?

-Oh, yo no puedo, maestra, es el partido de mi hermano y no puedo faltar-dijo Gabriel.

-¡Diablos!-contestó la miss. Me miró a mí y comenzó a pensar algo, tenía una idea.

-¿Puedo confiar en ustedes?

-Claro-respondí.

-Ok, entonces les dejaré las llaves del estudio, mañana pueden dármelas antes de la clase, pero quiero que no paren, están haciéndolo muy bien.

Me emocioné tanto que dudé que fuera real lo que sucedía. La maestra me explicó varias cosas de cómo poner la música y demás pero no le puse demasiada atención. Para mí pasó una eternidad hasta que la vi subirse a su auto e irse. Regresé con Gabriel quien hacía un Split frente al espejo. Su espalda llena de músculos y su trasero se definían de una manera hermosa por el ajustado leotardo. Me vio por el espejo y me dijo:

-¿Te gusta lo que ves?

-Mucho, de verdad. Eres… hermoso.

Se levantó y caminó hacia mí. Me jaló de la cadera y me besó en los labios. Estuvimos besándonos así durante un rato hasta que sentí su lengua dentro de mi boca. Yo baje mis manos de su cuello hasta sus nalgas y las comencé a manosear. Él siguió metiéndome la legua, después me besó el cuello. Bajó su mano hasta mi pene y comenzó a frotarlo y acariciarlo. Yo estaba en las nubes.

-Tú eres… perfecto, mi amor.-era la primera vez que me decía “mi amor”.

Comenzaba a quitarme los tirantes del leotardo cuando se separó de mí. Me miró a los ojos.

-¿Qué pasa?-pregunté.

-¿Puedo pedirte una cosa?

-Claro, lo que sea.

-Bueno, pues siempre he tenido como la ilusión de verte…

-¿Verme…?

-Bueno… vestido de bailarina.-al decir esto se sonrojó de tal manera que no pude hacer otra cosa mas que sonreír.

-Oh, ¿quieres que me vista como una para ti, amor?-respondí.

-¿Lo harías?-sus ojos se iluminaron de una manera infantil.

-Claro, lo que sea para mi príncipe.-dije y le di un beso.

Debo admitir que siempre quise vestirme como una bailarina así que no me molestó su petición. Es uno de esos secretos ocultos que todos tenemos y que solo esperamos el momento exacto para sacarlos a la luz. Me dirigí a los vestidores de las chicas. Ningún casillero tenía candado, lo que era perfecto. Abrí el primero que encontré y ahí estaba todo lo que necesitaba. Me desvestí lo más rápido que pude, Gabriel me esperaba fuera, solo me dejé puesto el ligero suspensorio, donde ya sobresalía mi pene con una enorme erección. Tomé las mallas rosas y me las puse de la manera habitual. Encontré un pequeño sujetador de pechos de color blanco y me lo puse también. Después encontré el leotardo, era de un color rosa pálido, me encantaba ese color, me lo puse lo ajuste lo más que pude. Me vi un segundo al espejo y me encantaba como me veía, tan… delicado y femenino. Encontré unas zapatillas de pointé, me las amarré y a pesar de quedarme chicas pude moverme con facilidad, incluso pude pararme sobre la punta de mis pies sin ningún problema. Por último y el detalle más importante, el tutú, lo saqué del casillero y me lo puse alrededor de la cintura, era de un color rosa con detalles de blanco. Tristemente no había maquillaje, sino hubiera sido perfecto. Salí y me encontré a Gabriel.

-y… ¿qué opinas, cómo me veo?

Estaba estupefacto, solo me miró y se abalanzó sobre mí. Me besaba y me manoseaba los pechos, el pene, el pecho todo. Nunca lo había visto tan excitado. Me bajó las mallas a la altura de las rodillas, sin quitarme el tutú y me puso de manera delicada contra la pared. Nunca antes me había penetrado, no me atrevía a pedírselo, pero había llegado la hora. Su pene había producido tanto lubricante que no necesite chupársela, aunque me hubiera encantado. Comenzó a empujarse contra mí y yo sentí como su cabeza abría mi ano como entraba lentamente, sentí como se deslizaba dentro, como me llenaba poco a poco. Yo gemía, y lo jalaba hacia mi para que me la metiera más. Mi ano sentía las venas de su pene entrar y salir. Comenzó a embestirme mas y mas fuerte como el toro macho que era y yo su delicada y sumisa hembra. Después de 10 minutos empezó a agarrarme más fuerte y a jadear. Yo estaba contra la pared, vestido como una bailarina sin poner objeción, sin siquiera masturbarme para no interrumpir a mi chico. Jadeaba más y más fuerte hasta que gimió y se apretó contra mí. Yo solo pude sentir su semen llenándome cada parte dentro de mí, cada lugar. Sentí como su semen me recorría y como me calentaba por dentro. Quedamos así unos momentos hasta que lo sacó y su precioso líquido blanco salió de mi ano y mojó mis muslos ensuciando las mallas rosas.

Nunca me había sentido tan bien en mi vida.

-Te amo príncipe.-dije tomándole la mano.

-Y yo a tí, amor. Mi princesa.-respondió, abrazándome.


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