La belleza siempre...
Carla maldijo al detenerse el tren; la tremenda tormenta ya aventuraba aquella avería en medio de ninguna parte. Seguramente llegaría tarde a la sesión fotográfica.
Por primer reparó en su compañera de viaje. Observó las abundantes arrugas que esculpió el cruel tiempo en aquella faz marchita. Se estremeció temerosa de alcanzar tal edad con semejantes estragos.
La anciana pareció percatarse de ser escrutada y se dirigió a la joven modelo:
- Parece que pasaremos mucho tiempo aquí, es mejor tomárselo con calma.
- Pues sí. Contestó carla eludiendo el dialogo.
- Ya que tenemos tiempo me gustaría contarte algo. Prosiguió la anciana impasible- ¿Ves las marcadas arrugas a ambos lados de mis labios? Son de tanto reír. Mi marido, a lo largo de toda su vida me hizo reír sin parar. alzó una pierna.- Y estar maltrechas piernas... Han caminado por todo el mundo gracias a una buena pensión. Tal vez por ello tenga estas marcadas patas de gallo; No puedes ver un amanecer sin entornar los ojos... En Italia, Holanda, Suecia. Suspiró- Ya ni recuerdo los países, solo los lugares y la gente.
Carla miró las manos de reojo. La anciana las frotó con mucha calma:
- Sí, casi tengo borradas las huellas de estas huesudas manos. Tal vez por tanta acaricia y carantoña a mis nietos. Cuando me pillan no me sueltan. ¿Sabes? ¡Tanto amor envejece! A tu edad ya parecía mayor.
La muchacha sonrió por el compromiso.
- Tú en cambio, eres tan hermosa. Con esa piel tan tersa y sonrosada... Espero que la vida se digne a envejecerte. No olvides que solo se puede envejecer por el uso... ¡Hay que sacarle partido al cuerpo!
El tren dio un tirón y progresivamente alcanzó velocidad. La anciana prosiguió en silencio mientras Carla se mordía un labio de pura envidia.
... Esconde la cara.
Jesús Cano
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