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Si no te gusta…

 

Rubén penetró con prisas en el oscuro mesón. Su mirada no pudo esquivar la enorme lámpara de latón, sus mugrientos brazos sostenía largas bombillas que ofrecían la luz con avaricia. De un rápido vistazo localizó la única mesa desocupada, justo en el centro del local. Se sentó frente a ella, era toda una pieza de museo, una plataforma redonda de viejo y agrietado mármol blanco, con negras patas de hierro forjado.

 

Miró su reloj, impaciente por que lo atendieran. En un cuarto de hora tenía una entrevista de trabajo en el edificio de al lado. El grito de un joven lo empujó de sus pensamientos.

Estaba en una mesa similar a la suya, Era gordo, de pelo rizado y negro. Las flácidas carnes de sus brazos se agitaban al gesticular con las manos. Discutía con su compañero, mucho más delgado, de ojos saltones e irritados. Su pelo era castaño y lacio, con un corte a media melena.

 

-         ¡Esto no se puede arreglar! – Tornó a gritar el del pelo rizado señalando la pantalla del ordenador portátil, que yacía sobre la mesa.

 

-         ¿Y si cambiamos el principio? – Pregunto el otro con voz nasal.

 

Probablemente estarían realizando un trabajo de estudio. Pensó Rubén, dada la corta edad de ambos.

 

-         ¡Pero cómo vamos a cambiar el principio! ¡Si es lo único que tenemos!

 

-         Pues algo habrá que hacer. – Se aparto el pelo de la cara con tranquilidad.

 

-         Podemos cambiar el lugar. ¿Y si sucede en el desierto?

 

Rubén intentó visualizar la pantalla del ordenador. Pero desde aquel ángulo era imposible. ¿Qué tramarían aquellos dos lelos?

 

-         ¡Mete un dialogo! –Exclamó el del pelo rizado- ¡Mira, algo así…!

 

Por mucho que agudizó el oído no pudo escucharlo, pues la voz del mesonero le sorprendió con gran potencia.

 

-         ¿Qué tomara? - Rasco en su enorme barriga con la mano diestra, que brillaba a causa de la grasa pegada.

 

-         Un… - El muchacho ya había callado y el otro tecleaba frenéticamente - ¡Un café con leche!

 

El mesonero no contestó, giró sobre los pies alejando su tosquedad. Una de las bombillas de la enorme lámpara de latón brilló más de lo habitual y, con aquel último coletazo, se apagó. Todos miraron al techo con curiosidad. Excepto Rubén, que observó con fascinación como aquel efecto casual jugueteó con las sombras de los clientes próximos a la amarillenta pared. Primero cada individuo proyectaba varias sombras, casi superpuestas, diferenciadas porque algunos tonos oscuros eran más intensos que otros. Luego, una de las sombras dominó a todas las demás reafirmándose en sus contornos. Y cuando aquella sombría silueta creyó dominar el universo, desapareció a la par que la vida de la mísera bombilla. “Que curioso” Pensó: La luz daba existencia a la oscuridad, mientras que su razón de ser era luchar contra ella… El golpe del vaso contra el mármol lo arrancó de sus enrevesados pensamientos. Miró el café con leche como si de algo raro se tratara, y alzando sus ojos encontró los de los dos jóvenes. Lo escrutaban con cuidado, y el delgado con cierta tilde de rencor. Sin mayores disimulos tornaron a centrarse en la pantalla del ordenador.

 

-         ¡Se acabó! - Dijo el del pelo rizado- Borramos todo menos lo primero.

 

-         ¡Vale! - Alzó los hombros el compañero pulsando una tecla con decisión.

 

Rubén no pudo más con la curiosidad. Se levantó de la silla dirigiéndose hacia la mesa de los muchachos, la rodearía con cualquier excusa para pode echarle un vistazo a la pantalla.

 

-         ¡No! - Exclamó el delgado retirando el dedo del teclado- Se me ha ido la mano. Lo he borrado todo.

 

-         Pues reescribe el primer párrafo y continuamos.

 

 

Rubén penetró con prisas en el oscuro mesón. Su mirada no pudo esquivar la enorme lámpara de latón, sus mugrientos brazos sostenía largas bombillas que ofrecían la luz con avaricia. De un rápido vistazo localizó la única mesa desocupada…

 

 

… Hazlo otra vez.

 

 

Jesús Cano

 


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