Odio tener que ser yo quien siempre toma la iniciativa, buscando la reconciliación cuando la tormentosa disputa finalmente desaparece, nublando mi alma y languideciendo mi corazón.
Odio verme lamentando el pasado, tratando de remendar el presente y haciendo lo imposible por olvidar el futuro, pues sé, por anticipado, lo que nos depara.
Odio verme en la tortuosa necesidad de explicarte lo infundados y absurdos que son tus celos, hacerte entender que todo mi ser es posesión tuya, hoy y para siempre.
Odio saber que siempre estaré ahí, dispuesta a cualquier sacrificio por retenerte a mi lado, aún conociendo tus múltiples y variadas manías que, poco a poco, me arrancan la vida y, en un instante, me la devuelven cuando tus labios dibujan esa sonrisa que enamora y apasiona.
Odio que no sepas reconocer tus yerros y, menos aún, solicitar una disculpa.
Odio estar conciente de la necesidad que tengo de ti, que sin tu presencia mi vida es apenas nada.
Pero más odio ceder ante tus impetuosos deseos y tiernas caricias que invariablemente me hacen olvidar cuánto odio amarte.
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