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Alumbrado por el candil su rostro era un óvalo pálido en la oscuridad. Se mantenía firme, inmóvil frente a la tumba de Bruce, su leal mascota. Ráfagas de culpabilidad atravesaban su mente hincándose como agujas. Sentimientos que mezclados con la añoranza procuraban un devenir de lágrimas y sollozos. No podía abandonar su cuerpo. A la inversa, él se pudriría aguardando que surgiera de la tierra para abrazarle, para rascarle las orejas y morirse del placer.
Debió haber cerrado la puerta, ahora solo le restaba llorar.
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