Strip tease en la terraza
Por Renzo
Enviado el 16/06/2014, clasificado en Adultos / eróticos
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Lo había pensado varias veces. Mirando por la ventana, Amorina observaba a los obreros que trabajaban en la construcción de un edificio justo en frente de la terraza de su casa. Exhibirse era algo que siempre había encendido su deseo. Saberse contemplada por hombres, calentarlos con la exposición de su cuerpo. Aquella tarde calurosa se puso una camisa blanca muy ajustada, con suficientes botones desabrochados para insinuar sus tetas, una pollera de cuero negro muy cortita y unas sandalias negras de taco muy alto. Puso una cumbia a todo volumen y luego de unos segundos salió a la terraza contoneándose al ritmo cadencioso. Fue cuestión de segundos para que los muchachos comenzaran a mirar, a interrumpir sus tareas. Y luego a emitir silbidos y gritos. Amorina ondulaba su cintura, movía la redondez de su culo, miraba a sus espectadores con ojos provocadores y una sonrisa pintada en rojo furioso. Al moverse se masajeaba las piernas, la cintura, las tetas. Y allá arriba, los tipos, excitados le gritaban palabras de fuego.
Se quitó las sandalias y siguió bailando descalza provocando un aplauso. El quitarse algo de lo que llevaba puesto hizo pensar a aquellos hombres que se seguiría quitando algo más. Gozaba el momento, la escena. Podía sentir las miradas de aquellos machos sudorosos y deseosos de saltarle encima. Sintió la humedad entre las piernas. Desabrochó un botón de la camisa. Gritos. Desabrochó otro botón. Más gritos. Terminó de soltar los dos últimos botones y se quitó la camisa mostrando sus senos contenidos en un sostén blanco. Y su cuerpo seguía ondulando al ritmo de la música, sentía el calor del sol en la piel, el calor de piso en los pies y el ardor de las miradas en todo su cuerpo. Bajó el cierre de la pollera de cuero y se la fue bajando poco a poco causando el delirio de su platea improvisada. La pollera fue lanzada a un costado y Amorina quedó con su sostén blanco y una bikini mínima del mismo color. Otros obreros aparecieron, llamados por sus compañeros. Y las formas de Amorina seguían oscilando al ritmo de la música, su cabello castaño suelto sobre sus hombros suaves. Su sonrisa. Su deseo cada vez más exaltado.
Desprendió el sostén y lo sostuvo con sus manos, mostrando las tiras caídas, para que supieran que se lo había soltado. Y los gritos pedían que las muestre, que les abriera la puerta de su casa, que se les entregara. Voló el sostén y sus tetas, redondas, abundantes, de pezones pequeños, quedaron descubiertas, bamboleándose al ritmo dulce de la cumbia. Allá arriba una ovación. Tenía los pezones erizados de tanta calentura. Movía las tetas en dirección a ellos, las sacudía, las ofrecía sin darlas. En su baile había giros que ponían su cabello a volar, movimientos de hombros que hacían vibrar sus senos y por momentos permanecía parada en el mismo lugar, apenas haciendo un vaivén de caderas con los pies muy juntos.
Estiró las tiras laterales de la bikini, se puso de espaldas y se la metió bien adentro en la raya del culo. Luego se puso de frente y sin el menor apuro se la fue bajando, hasta los muslos, hasta las rodillas, hasta los tobillos. Y se la quitó.
Quedó desnuda por completo para la última parte de la canción, en donde el ritmo se aceleraba. Y mientras aquellos hombres aullaban sus ganas de cogerla, sacudió su cuerpo, meneó sus glúteos perfectos, exhibió con deleite los labios de su concha. Les mostró la lengua mientras se tomaba las tetas con ambas manos. Y la música finalizó.
Amorina entró corriendo a la casa, y mientras oía los gritos exaltados de sus machos espectadores, se masturbó desesperadamente tendida en un sofá. No necesitó mucho tiempo para sentir que el orgasmo le tensaba el cuerpo hasta la convulsión. Jadeando de placer, temblando y sudando culminó su exhibición en la terraza.
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