Voy a embarcarme en la historia más extensa de mi vida, para llevarte al lugar donde no existan ni distancias ni dictámenes que marquen las tarifas de nuestros besos, donde seamos nosotros el John Lennon y la Yoko Ono del amor, que nos sumerjamos en la más superflua envidia que nos puedan tener y compadecernos de quien no comparta nuestro modelo de vida.
Un lugar sin tiempo y sin espacio, sin firmar ni términos ni condiciones de uso, donde el himno nacional sea el ruido del cabecero de tu cama y donde estemos a salvo de la insalubre rutina. Quiero facturar cada recuerdo, cada figura, que representen los días en los que pude ser feliz, poder dirigir la orquesta de tu risa para acelerarla conforme vayan pasando los años, aprender a utilizar equipos de reanimación por si nuestros ojos dejan de latir al vernos.
Y es que, podría escribirte enciclopedias, llenar bibliotecas y reales academias de la lengua contándote los regímenes establecidos de este lugar, porque a esta historia no se le ha etiquetado la fecha de caducidad, y porque a mí no me han diagnosticado enfermedad alguna. Suficiente para llevar a cabo mi vida contigo.
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