EL REY MIOPE

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Unas gafas, mi reino por unas gafas, dijo el rey miope. A su alrededor se desarrollaba la batalla que con tanta ansia había aguardado todas aquellas semanas. Acabaría con sus enemigos de una vez por todas si ganaba la batalla. Valientemente y desoyendo los consejos y avisos de sus capitanes, había cabalgado en la primera carga con sus hombres, quienes envalentonados por su presencia habían barrido al enemigo en los primeros instantes. Sin embargo sus hombres ya no gozaban de una clara superioridad, y todos se hallaban desperdigados por el campo de batallas, luchando cada uno de ellos su propia batalla.

Su caballo había caído, momentos atrás, y había llorado amargamente al ver como con él, sus gafas caían y eran destrozadas por el peso del corcel. Miraba a un lado y a otro en busca de una salvación, de alguien que lo protegiera y lo llevara de vuelta a su campamento. Pero no había nadie dispuesto a ello. Nadie se había fijado en él, y en parte era de agradecer, ya que así no tendría que hacer frente a la ardua tarea de derrotar a un contrincante casi a ciegas.

Las difusas siluetas y manchas que suponía serían soldados, bailaban a su alrededor, en una borrosa danza de sangre y acero.

Se arrastró por el suelo gateando, con cuidado de no ser visto por nadie, ni aplastado por nada. De pronto algo cayó junto a él, y el suelo a su alrededor se levantó y salió por los aires salpicando sangre y barro a todos los que se encontraban cerca, y una lluvia de piedras desprendidas que hizo caer a varios hombres al suelo. Se había cubierto la cabeza haciéndose un ovillo. Los oídos le retumbaban y la cabeza le daba vueltas, tal vez si se hacía el muerto, lograría salir de allí sano y salvo.

Pero pronto comprendió que si quería salir de la batalla debería hacerlo por sí mismo. Sus hombres se hallaban ocupados luchando por sus vidas aquí y allá. No se atrevió a levantarse pero conservó su espada en la mano. Varias ráfagas de luz cayeron cerca de él, alcanzado a algunos, quienes cayeron al suelo intentando deshacerse de aquellos virotes ardientes que los consumían.

Supo que su campamento se encontraba frente a él, ya que ante él se alzaba el sol y su campamento estaba al oeste. Pocos hombres quedaban ya en pie cerca de él, por lo que decidió levantarse y con un último esfuerzo correr hacia su salvación. La sangre de sus enemigos le recorría el rostro, cegando su visión, por lo que tuvo que concentrarse en sus otros sentidos. Mientras corría pudo alcanzar a oír por encima de su agitada respiración, un grito, como una amenaza. Algo lo golpeó en la espalda haciéndolo caer torpemente al suelo. La cota de malla había parado el filo del arma, pero de alguna forma supo que esta volvería a caer sobre él, de modo que rápidamente rodó por el suelo huyendo de su adversario. Cuando tuvo la sensación de que estaba a salvo se puso en pie y se limpió la cara de sangre con la manga del jubón. Una difusa silueta corría hacia él enarbolando un arma, que parecía ser una maza. Alzó su espada en alto y con un rápido movimiento se deslizó a un lado en el momento en que su contrincante llegaba hacia él y con una rápida finta lo hizo caer golpeando su pierna derecha. El soldado gimoteó de dolor, y el rey miope aprovechó para salir de allí. Estaría casi ciego, pero aún conservaba sus facultades de lucha.

Tras esquivar a varios soldados que se batían en duelo, consiguió salir de la batalla y tras recorrer varios cientos de metros de verde llanura consiguió llegar a su campamento.

Varios hombres acudieron a él y lo escoltaron con cuidado de que no cayera, hasta su tienda.

Una vez allí pudo sentarse en el cómodo sillón que presidía la estancia y descansar. Los mismos hombres que lo habían escoltado hasta allí le comunicaron que pronto le traerían otras gafas y que esperara allí. De modo que se recostó contra el suave respaldo de seda de su asiento y cerró los ojos agotado. 

Había estado a punto de morir por una tontería como dejar caer sus gafas al suelo. Nunca hasta entonces había imaginado que sería tan difícil sobrevivir apenas unos minutos sin sus lentes. Todo se había vuelto borroso a su alrededor y supo con certeza que no dejaría que le pasara aquello de nuevo. Se preguntó entonces como hicieron para sobrevivir aquellas personas de tiempos remotos que carecían de anteojos y padecían la misma enfermedad que él. Resolvió que aquellas personas no habrían sobrevivido sin la ayuda de sus congéneres y que en la mayor parte de los casos, habrían muerto al no poder volver a sus hogares o defenderse. Aquello le produjo tristeza, pero al mismo tiempo le recorrió una sensación de esperanza al darse cuenta de que, aquella necesidad había llevado al hombre a crear semejante artilugio. No sabía cómo sido creadas ni tampoco le parecía importante, pero ahora, se daba cuenta de que sin científicos que trabajaran arduamente para facilitar la vida del resto, no podría disfrutar de la clara visión que le otorgaban las gafas que en aquellos instantes le estaban siendo llevadas. Comprendió que esa necesidad de facilitar la vida de las personas, llevaría  a la creación de nuevos inventos y objetos que podrían resultar más cómodos que sus gafas. 

Y en realidad es eso, la necesidad y el deseo, lo que lleva al hombre a seguir luchando y mejorando día a día, a crear pequeños pero importantes inventos. A avanzar en el tiempo poco a poco, pero con pasos firmes. Y es esa necesidad, lo que ha llevado al intelecto humano a crear mejores gafas, o a inventar las lentillas. Y finalmente a operar la vista de aquellas personas que necesitan de los citados objetos para poder ver correctamente.


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