Pianissimo (VIII-final)

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Y despertó. Estaba solo en la cama, en la oscuridad. Casi mecánicamente, por costumbre, comenzó a levantarse torpemente, para encaminarse hacia el piano.

Pero, a mitad de dicha acción, se detuvo. La nueva variante del sueño había sido no sólo terriblemente vívida, sino horrible, una pesadilla en toda regla. Y había sido un sueño dentro de otro sueño. Primero el de siempre, el del auditorio. Y luego, despertaba de ese sueño para ir, como siempre, al piano. Soñaba que conseguía finalmente tocar sin haber aprendido… y aparecía Lucía, pero no como una adorable y tímida adolescente, sino como un cadáver esquelético con olor a moho y podrido. Y aquella horrible visión final de su rostro. Recordaba que era una visión pavorosa pero nada más. Había olvidado los detalles.

Ya completamente despierto (o al menos eso creía), sentía la comezón de siempre por ir al piano. Pero, ¿qué encontraría esta vez en el salón? ¿Estaba finalmente despierto, o era otro sueño?

Avanzó a tientas por el salón, rápido y seguro. Se conocía el camino de memoria. Recordó que en la pesadilla, en la nueva variante del sueño, había tocado el piano de forma mucho más vívida que en el sueño del auditorio. Y mantenía aún fresca en su mente esa sensación de saber. Llegó al amplio salón y se sentó frente al piano. Alzó las manos.

Nada. Ya no estaba soñando, al parecer. Como era lógico, no sabía tocar el piano.

Y lo que él deseaba hacer no tenía lógica. La estela que el sueño había dejado en su mente ya había desaparecido. Aporreó el piano. Esta vez no surgió ningún acorde, sino una mezcla de incoherencias, fruto de aporrear el piano al azar sin ningún tipo de intención musical.

Volvió a la cama.

____________

 

En una casa grande, rodeada de pinos, alguien toca el piano en mitad de la noche. Fuera de la casa reina la calma. Ocasionalmente pasa algún vehículo por una carretera que atraviesa la pinada. Al margen de eso, sólo el sonido de algún grillo y el ulular de algún mochuelo.

No hay casi contaminación lumínica. La escasa luz de las estrellas y la luna apenas iluminan un salón que en la penumbra se advierte espacioso. Un hombre que rondará los treinta y cinco años ejecuta casi con maestría la sonata K545 de Mozart. Este hombre se llama Eduardo Escamilla.

Eduardo, sin saberlo, padece de sonambulismo desde hace unos diez años. Desde entonces, todas las noches se levanta sonámbulo de la cama, avanza por el pasillo hacia el salón y toca el piano. Año a año, ha ido mejorando su técnica. Las primeras noches ejecutaba escalas sencillas. Y cada noche, poco a poco, iba mejorando su técnica progresivamente.

A este personaje sonámbulo podemos considerarlo autodidacta, pues nadie le ha enseñado. Sólo los recuerdos de su infancia, de ver y oír a su hermana tocar, han cumplido la función de sustrato para el perfeccionamiento de su técnica.

Si hubiese tenido vecinos o no hubiese vivido sólo, se habría enterado de tan extraordinaria extravagancia (ser sonámbulo, y aprender a tocar el piano durante su fase de sonambulismo). Pero al vivir sólo, lleva diez años sin enterarse de que es sonámbulo y de que sabe tocar el piano. Al menos cuando está sonámbulo lo toca. Después tocar, vuelve a la cama. Así durante diez años.

También, desde hace diez años, aproximadamente cuatro de cada nueve noches tiene un extraño sueño en el que está viendo tocar a su hermana en un auditorio lleno de gente. Después es Eduardo quién toca, instado por su hermana.

Tras el sueño despierta y cree poder tocar el piano. Lo cierto es que sí puede, pero no lo sabe, porque quien toca es su yo-sonámbulo, una parte de su mente que, al menos de momento, no se ha integrado en la parte consciente de su cerebro. Cuando está completamente despierto cree no saber tocar, pero al despertar del sueño cree que sí puede.

Sólo toca el piano en dos estados: en su estado de sueño-pesadilla lo toca virtualmente, con la mente; en su estado de sonambulismo lo toca realmente, con las manos.  Pero él sólo es capaz de recordar el sueño, y no su fase sonámbula. Y, cuando despierta del sueño, corre hacia el piano para comprobar si sabe tocar, habiéndose convertido esta costumbre en una obsesión, en la que Eduardo cree conservar la arquitectura mental de un pianista, cuando en realidad sí la tiene, pero no sólo al despertar del sueño, sino constantemente, producto de haber estado diez años practicando todas las noches, aunque sin saberlo.

Psiquiatras y psicólogos, e incluso neurólogos, se sorprenderían de este comportamiento y, de alguna forma, relacionarían este hecho con las pesadillas y con el suicidio de su hermana, para tratar de encontrar una explicación racional. Por otro lado, parapsicólogos y especialistas en lo paranormal dirían que el espíritu atormentado de la hermana de Eduardo lo obliga, por algún macabro y desconocido motivo, a tocar.

A veces, cuando toca sonámbulo, afloran lágrimas en sus ojos, mientras murmura de forma casi ininteligible:

-¿Por qué me obligas a tocar? ¿Por qué?


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